sábado, 14 de mayo de 2011

Stone Free Company

El cruce entre los jirones Tacna y Bolognesi de Magdalena del Mar, a una cuadra del mercado, siempre tuvo un ágil movimiento comercial pero no tan abrumante como el que tiene ahora. En una esquina se ubicaba una sucursal de la antigua Caja de Ahorros de Lima, en la vereda opuesta, el kiosko de periódicos de un ex marinero con aspiraciones de chef. A mitad de la cuadra cuatro de Bolognesi estaba la tienda Garozzo, donde podíamos encontrar los repuestos y accesorios para nuestras bicicletas. Al lado, funcionaba una tienda de discos y artefactos eléctricos menores. Era el tiempo en que ya se veían —cada día más— adolescentes por las calles. Éstos lucían cerquillo sobre la frente, coloridas camisas de grandes y estrambóticos cuellos, botines y un rítmico y despreocupado andar, “es culpa de esa beatlemanía” —decían los adultos.
Aquella tienda de discos pronto se convertiría en un centro de reunión donde coincidíamos los admiradores del nuevo sonido y entre los que se encontraba Carlos, justo cuando muchos —igual que en todos los distritos— querían aprender a tocar guitarra y formar un conjunto de rock. Los aspirantes en los alrededores de aquella esquina se multiplicaron en medio de la llamada primera “invasión británica” y pronto el ambiente de todas esas cuadras se vio invadido por el sonido de guitarras eléctricas, bajos, platillos y tambores. Se formaron muchos grupos pero los que sobrevivieron y los más recordados fueron Los Darts y Los Stones. Casi en la esquina, al lado del bazar Sifuentes, vivió Carlos donde por muchos años su padre tuvo un negocio de refrigeración. A la espalda, en la cuadra siete de Leoncio Prado vivía el ‘Chato’ Walo Carrillo y en la otra esquina, en la cuadra seis de Tacna, Jaime Orué el ‘Loco Pacho’.
Me atrevo a decir que los Stones después, o quizás junto, a los Shain’s fueron de los grupos de más larga trayectoria y los que tuvieron las más numerosas conformaciones, sólo que, los Stones no grabaron disco alguno. El grupo pertenece a la estancia de los míticos junto a legendarias bandas como Dr. Wheat, Image, La Nueva Cosecha, Los Mads, Ayllu, Catarsis, entre otras; que contaron entre sus seguidores a músicos de otros grupos. Los Stones, cuyo nombre inicial fue Stone Free & Company, vio abreviado su nombre por la costumbre a Stone Free Co., hasta llegar a ser conocidos simplemente como Los Stones. La banda giró alrededor de su guitarrista Carlos Paredes, siempre tuvo más de cinco integrantes, dos cantantes y fue un grupo donde muchos músicos hicieron una especie de pasantía antes de formar parte de otros grupos.
Tuvo su periodo más estable entre los años 68-73 y su mejor formación, me parece, cuando ingresó ‘Coco’ Sánchez en los teclados y Jaime Orué en la voz entre los años 69-71. De aquella época se recuerdan tremendas versiones de las esperadísimas ‘Pago mis deudas’, ‘¿Vistes sus ojos?’ y ‘On the Bayou’ de Blue Image, Illusion y C.C. Revival respectivamente, entre muchas otras, que no dejaban de tocar en cuanta fiesta les tocó animar en toda la capital por donde distribuyeron grandes dosis de buen rocanrol, especialmente, en el área que comprendía los distritos de Pueblo Libre, Magdalena y San Miguel en aquellos imborrables fines de semana. Eran tiempos de Cream y ocasionalmente incluían ‘Strange brew’, ‘Crossroad’ y la infaltable ‘Sunshine of your love’.
A mediados del año 70 se empieza a ver, caminando por las calles de Magdalena, a Freddy ‘Puro’ Fuentes, ex baterista de la Nueva Cosecha, los York’s, Polen, el Humo y otros grupos. Por esos días, los Stones realizan una de sus mejores presentaciones en un Festival de Rock en la concha acústica del Parque Salazar, organizado por Radio Miraflores. En aquella ocasión el grupo se presentó con dos bateristas. A ‘Chertur’, el baterista habitual de la banda se le sumó el ‘Puro’ Fuentes con una batería de dos bombos. Stone Free Company ese día incluyó en su presentación temas de Blind Faith como ‘Do what you like’ y ‘Presence of The Lord’. En ‘Do what you like’, como en la versión original, cada músico desarrolló un solo luciéndose con su respectivo instrumento, especialmente Carlos Paredes en la primera guitarra. Cuando le tocó el turno a ‘Puro’, empleó adicionalmente un timbal, de los que usan en las orquestas sinfónicas. Los solos fueron espectaculares, la banda fue ovacionada y esa presentación, comentada por mucho tiempo.
De aquella gran formación sólo recuerdo que al baterista se le conocía como ‘Chertur’ y el bajista se apellidaba Zumaeta, los dos, excelentes músicos. Olvido, atribuido al tiempo transcurrido desde aquellos vibrantes días, o quizás, a los síntomas de ese incipiente alzhéimer que, cual hambriento chacal, merodea con sigilo mi mente. Espero que algún amable lector proporcione esos datos y así posibilitar el justo reconocimiento a aquellos talentosos músicos.
Otra gran actuación fue la que efectuaron ante una gran audiencia en la concha acústica del Campo de Marte, a la que asistieron todos los grupos que existían en Lima por aquel entonces y que se realizó para ayudar al baterista Lucho ‘Chacal’ Allison.
Stone Free Company también hizo dos largas y exitosas temporadas en el Neptuno y el Dragón y otras tantas en el Menke Club de la Herradura y en el Géminis de Risso. A mediados de los ochenta, Carlos formó una banda para animar las fiestas de un club en la playa ‘El Silencio’. La temporada de aquel verano además de exitosa marcó el reinicio del contacto entre muchos músicos.
(…)
Al promediar los noventa Carlos me avisó de una nueva aventura y pude concurrir al ciclo de presentaciones que hizo con ‘Huellas’ en el ‘Sargento Pimienta’ de Miraflores junto a Walter La Madrid en el bajo, Fredy ‘Puro’ Fuentes en la batería y Carlos ‘Pacho’ Mejía en la voz. Recuerdo a un público sorprendido que no dejaba de preguntar: ¿de dónde es el grupo? ¿quiénes son los músicos? ¿dónde han estado? ¿porqué no han seguido tocando? Como siempre ocurre en estos eventos, suelen arribar otros colegas del gremio y en una de las fechas de aquel ciclo, cayó por el local del ‘Sargento’, Richard ‘Bimbo’ Macedo al que el ‘Puro’ Fuentes invitó a alternar con los tambores en el tema ‘Cocaine’, ante el beneplácito de los excitados asistentes. Gritos, fuertes y largos aplausos.
Alrededor del 2003-04 asistí al Jazz Zone con un compañero de trabajo mucho más joven que yo, pero fanático del ‘rock clásico’. El grupo esta vez —supergrupo como siempre— lo conformaban Carlos Paredes en la guitarra, Walo Carrillo en la batería, Carlos ‘Pacho’ Mejía en la voz, Félix Varvarande en los teclados y un gran bajista extranjero (‘gringo’) que no he podido identificar. El programa, en el que destacó ‘Born to be Wild’, fue sorprendente y variado. Al final, hora de saludos. Cervezas, felicitaciones a los músicos, abrazos, despedidas. Al salir, mi amigo me dijo “cuando vuelvan a tocar avísame compadre” y calificó a los músicos simplemente de “maestrazos”.
Esa fue la última presentación formal que vi de Carlos y luego por preocupaciones personales, de ambos, el contacto se distanció pero de vez en cuando hallábamos tiempo para charlar —casi al paso— entre un par de cervezas. Carlos siempre hallaba la ocasión de reunirse con colegas y tocar. Era un convencido del valor de la integración de los músicos, incluso entre los de diferentes generaciones y géneros, como una fuente inagotable de creatividad. Nunca dejó de tocar, ni ahora que ha emprendido viaje al infinito, creo que lo haga. Debe haber armando ya una gran banda con otros amigos que se adelantaron y deben estar ensayando para invadir esos paraísos con buen rocanrol. Así que cuando vuelvan a tocar, avísame Carlos, y si es verdad que por allá no hay ‘toque de queda’ ni ‘ley seca’, habrá tiempo para tomar con más tranquilidad todas las cervezas que nos venga en gana. Excelente guitarrista, gran persona y mejor amigo… ahí nos vidrios.
Antua_rf@yahoo.es

Lima tropical 2

Por otra ruta, con el cine mexicano, llegaron los lacrimógenos melodramas protagonizados por Gloria Marín, Sara García, Jorge Negrete, Carlos López Moctezuma, Pedro Infante, y María Félix; matizados, bien por las composiciones de Agustín Lara en voz de María Antonieta del Carmen y los boleros interpretados por Pedro Vargas o Los Panchos. El cine mexicano también difundió en nuestro medio el danzón, el son y otros ritmos caribeños con la ayuda de las celebradas contorsiones de Blanquita Amaro, Ninón Sevilla o María Antonieta Pons (Willy Pinto Gamboa, 1994).
Ante la sucesiva llegada y el éxito entre los limeños de ritmos como el Charleston, el tango, la rumba y el bolero, el vals limeño se vio relegado durante ese difícil periodo, que los criollos suelen llamar, de “resistencia criolla” a la invasión de música extranjera. Algunos valses y tangos argentinos que suelen reconocerse como pertenecientes a la Guardia Vieja limeña (Gonzalo Toledo, 1988) y los boleros y el requinto de los tríos mexicanos (Eloy Jauregui C., 2000) serían los rasgos dejados por aquella invasión musical que más adelante habrían contribuido a definir diferentes estilos.
La revolución industrial, como en otras urbes del mundo trajo el desarrollo de Lima en desmedro del campo. De esta forma, la capital se convierte en la ciudad más importante del Perú. Las actividades agrícolas más importantes se concentraron en los valles de la costa, lo que le permitió un mejor desarrollo que el de las otras regiones.
Esta injusta situación, provocó el incremento del flujo migratorio a la capital, la mayoría campesinos, en búsqueda de mejores oportunidades de vida. Sobre todo a partir de los años 50, en que la oferta de mejores salarios se acrecentó con el desarrollo industrial capitalino. Desarrollo, que no era de una proporción tal, como para brindar fuentes de trabajo a todos. Al no contar con medios los migrantes se establecieron, primero, en las antiguas casonas de la Lima antigua en las que ya vivían las familias pobres limeñas, y luego, en los corralones y callejones de todos los distritos.
Hugo Villasís Suárez, muy a su estilo, describió en Ultima Hora, aquel cambio: “... Los callejones criollos de otrora, invadidos de santarrositas y gallos tenores de madrugada, donde imperaba la jarana, serenata, vals cunda, zamacueca, polka, marinera, alcatraz, resbalosa, su triste con fuga de tondero […] matizados con la picardía de los limeños sandungueros […] y por la gracia, salero y coquetería de las limeñas, han sido reemplazados por un ambiente andino, al que nuestros serranos le han otorgado un nuevo colorido con la quena, tambor, melancolía, sopa de chuño, plato de queso, choclo y habas, hoja de coca; y ahora en lugar de marinera con resbalosa y sonar de punta y taco con su plato de cau cau, cebiche de Bonifacio, anticuchos… su trago de Cervantes o Pisconti; han impuesto el huayno, cachaspare, tristes y mulizas con los que celebran hasta el cansancio un acontecimiento familiar […] La guitarra con su punteo juguetón y su bordoneo, el cajón de rompe y raja, han sido reemplazados, ahora en los callejones por el violín tristón, el arpa matizada, la quena llorona y la bandolina melancólica, con la que nuestros hermanos de los Andes arrancan acordes inspirados en la puna de nieves perpetuas y la quebrada bellísima y poética, donde el soroche aguarda burlón para hacer correr a los costeños que invaden esos lares en busca de chamba o aventuras…” (El Nuevo Callejón, 1975).

Lima Tropical 3

Casi a fines de los cuarenta con la aparición del “Pick-up” se popularizó la música cubana, que quizá por aquella pizca del componente afro que portamos, había tenido gran acogida desde su llegada a estas tierras la década anterior. Es curioso que en barrios considerados tradicionalmente criollos, como el Rímac, la Victoria, Surquillo, el Callao, así como Lobatón y Santa Cruz fuera donde se “rumbeara” con mayor entusiasmo. Guarachas, rumbas y boleros ya no sólo se podían disfrutar en el cine o por la radio, sino ahora también, se los podía bailar en las reuniones familiares. Por esos años, también llegó el Mambo y casi en seguida el Chachachá, ambos, con gran éxito en los bailes locales.
Por los años 50, convertidas las viejas casonas de Lima en tugurios, y con los callejones y corralones atestados de gente; comenzaron entonces, las invasiones. Se escogieron las zonas desérticas que rodean a Lima, lo mismo que los cerros que rodean el gran valle del Rímac, para levantar allí sus chozas de cañas, esteras y barro; creando así, las primeras “barriadas” (Cortazar P., 1984). Más adelante, los hijos de los primeros pobladores de aquellos asentamientos serían los creadores de un ritmo extraño pero fascinante: la Chicha, pero esa será otra historia.
Cuatro orquestas se constituyen en las principales propulsoras de la difusión de los ritmos caribeños por todo América y el mundo y sirven como modelos para iniciar una larga tradición de grandes orquestas limeñas: La Orquesta de Xavier Cugat, (incluyó los ritmos caribeños en el cine musical hollywoodense, en los años 30 y popularizó el Merengue entre los 40 y 50); La Sonora Matancera (difundió por el mundo los ritmos afrocaribeños); La Orquesta de Pérez Prado (revolucionó con el Mambo desde México) y La Orquesta Aragón (reconocida como el máximo exponente del Cha Cha Cha).
Las orquestas limeñas de entonces que animaban las fiestas sociales en clubs, hoteles, grandes residencias y night clubs; seguían la estructura de las big bands de jazz y estaban conformadas por piano, bajo, batería y guitarra; cuatro saxofones; dos trompetas y un trombón de vara; un vocalista. Se pueden mencionar a las grandes orquestas de Andrés de Colbert, Carlos Pickling, The Swing Maker Band, Carlos Noya, Richard Baris, Freddy Roland… la mayor parte del repertorio era de música afrocaribeña pero también incluían, en mínima proporción, piezas de fox trot, música criolla, tango y un huaino; reservando para el fin de fiesta, “como Dios manda”, el toque de la sabrosa y excitante marinera… Y luego vendrían las sonoras de Lucho Macedo, Ñico Estrada, Koki Palacios, Sensación, la sonora de Nelson Ferreyra… que calcando el formato de la Sonora Matancera, desplazaron a las grandes orquestas, sólo por una cuestión de costos, y haciendo versiones de algunos éxitos de la Sonora Santanera, la Orquesta Aragón y Billo’s Caracas Boys entre otras.
Las sonoras por más de una década hicieron menear a los limeños, y porque no decirlo, a los bailarines de todo el país; y se constituyeron junto a aquellas grandes orquestas de los 50 en escuelas de innumerables y destacados músicos. Cuando llegó la Cumbia y más tarde la Salsa, la gran recepción que tuvieron, sólo fue la comprobación de que al peruano le gustan los ritmos calientes. Siguiendo esta tradición afro, en las presentaciones de las viejas o nuevas figuras de la salsa, resulta natural ver caer como turistas, a miembros de los supuestos ‘niveles sofisticados’ y no sorprende el éxito de las actuales orquestas de cumbia ni las surrealistas apariciones de personajes como Tongo en discotecas frecuentadas precisamente por gente que, hasta hace poco, le hacía gestos a ‘ese tipo de música’. Pero está visto, es irrefrenable. Cuando suena la música empiezan a picar los pies y la gente sólo quiere bailar. Se siente el llamado de los tambores

viernes, 13 de mayo de 2011

La esquina del movimiento

La esquina del barrio siempre ha sido el lugar más cómodo para “estar”, como el favorito viejo sofá en un rincón de la casa. Ha constituido una suerte de club social ambulante, de noticiero de la ciudad, una mesa redonda, el parlamento del barrio.
Recién iniciados los años sesenta e invadidos de la natural incertidumbre de los trece años y del transito de la escuela primaria al colegio de secundaria, el futuro se imaginaba confuso —si a alguien se le ocurría imaginarlo— pero la vida presente se sentía simplemente maravillosa. Los amigos del barrio y del colegio de la misma edad no sólo nos sentíamos, como miembros de un nuevo club exclusivo, sino aún más, de una secta secreta, de una nueva raza. El extremo cuidado, la ternura y el inmenso amor de nuestros padres a veces nos inducían a la inminente confirmación de lo que creíamos ¿será por eso que nos cuidan tanto?
La restricción de frecuentar el vértice de la calle para evitar el riesgo de parecer, ante el vecindario, simples “vagos o palomillas de la esquina” nos parecía una exageración pero fue acatada siempre aunque a regañadientes. Pero es justo decir que los rocanroleros, vagonetas, pájaros fruteros, peloteros y palomillas —terribles “plagas sociales”— de fines de los 50s y principios de los 60s; eran tiernos angelitos de nacimiento o inocentes monaguillos de parroquia al lado de los delincuentes juveniles actuales: tiempos de pirañas, barras bravas, pandillas y sicarios.
Por esos años, en la mayoría de hogares generalmente convivían tres generaciones: los padres (jóvenes en los 40s), los hermanos mayores (jóvenes en los 50s) y la nueva generación (los púberes de los 60s). Tuvimos la gran suerte de aprender de nuestros padres a disfrutar todo género de música, quizá de ahí nos viene —no a todos— la apertura a escuchar música criolla y tropical, además del rocanrol, que sobrevivió hasta los 70s y en algunos casos para siempre.
Pero era importante estar en la esquina, formar parte de la ‘mancha’. Aunque el tema principal de la charla giraba en torno a las chicas —que por entonces se hacía con mucho respeto— y el fútbol, también se hablaba de las fiestas del último fin de semana a las que, los chicos mayores que nosotros, se referían con términos como “sonaron los cueros”, “se formó el rumbón”, “estuvo buena la pachanga”… Apenas si habrían marcado las siete de la noche y uno empezaba a sentir como una necesidad de salir de casa, ir a la esquina a ver a ‘la gente’.
Pronto en la esquina empezaron las diferencias. Los jóvenes mayores, quienes nos consideraban unos chiquillos, se sabían de memoria las canciones de la Sonora Matancera y de Los Compadres. Tarareaban algunas de ellas mientras ensayaban unos pasos. Nosotros vivíamos escuchando a Elvis Presley, Paul Anka, Neil Sedaka… y jurábamos que algunas de sus canciones habían sido escritas, justo, para la chica que copaba nuestros pensamientos. Mientras que ellos eran aficionados a la gimnasia y la cultura física y, gustaban hacer en la esquina demostraciones de fuerza como planchas, pararse de manos y colocarse como banderas en un poste. Nuestro deporte favorito era el fútbol y nuestros pasatiempos cuidar la vestimenta, el peinado, escuchar la radio; alimentar el deseo de manejar alguna vez una motocicleta; ver pasar a las chicas y sentir —o alucinar— ser correspondidos por ellas.
Tal diferencia, no significaba enemistad alguna con nuestros vecinos de esquina, la cual compartíamos en paz. Tampoco nos era desagradable la música que les gustaba, pues no era raro que en nuestras casas también se la escuchara en algún momento dado que a alguno de nuestros padres o hermanos mayores les podía haber agradado. Lo mismo sucedía con la música criolla y el folklore andino. De hecho, en el barrio había jaranas criollas donde no faltaban el buen pisco, las guitarras, el cajón y los cantantes a puro pulmón o ‘de voz en pecho’ como solía decirse. Los padres y abuelos, nuestros o de algún amigo, eran limeños viejos cultores de las tradiciones criollas.
Para la ocasión de los cumpleaños y otras reuniones, en los matrimonios que uno de los esposos era de la costa y el otro era de la sierra, los hijos, parientes, amigos y vecinos; disfrutaban la música de ambas regiones. A la hora que la gente estaba empilada y la fiesta, en su máximo furor, todos escuchaban y bailaban de todo. Reinaba la confraternidad. A partir de fines de los 60s el marketing desarrollado por la industria de la música, en especial del rock —es lamentable reconocerlo— promovió muy sutilmente el gregarismo en la música que condujo a los jóvenes a una rivalidad tribual, espantando así, a la tolerancia que residía en aquella, hasta entonces cordial, ‘esquina del movimiento’.

Lima Tropical 1

Para inicios del siglo XX ante el auge de los aires locales, en especial del vals limeño, aumenta la difusión y popularidad de la guitarra, ya en su forma actual. Las reuniones familiares para celebrar los cumpleaños eran amenizados por conjuntos cuyos integrantes (cantantes y guitarristas) eran casi siempre del barrio, familiares o amigos del trabajo: valses, polcas y marineras eran como “el pan de cada día” en los barrios de Lima. Criollos de antaño han contado que cada barrio de Lima tenía su forma propia de tocar y acompañar con la guitarra pues los cantores tenían también su estilo de cantar, distintivo de cada barrio.
Desde 1925, cuando se instaló la primera estación, las radioemisoras locales basaron su emisión musical en discos importados de música ‘de moda’ que permitieron al público limeño, conocer y disfrutar la “Era del Swing”, el jazz de las Big Band con directores y solistas como Glenn Miller, Artie Shaw, Duke Ellington… “crooners” como Bing Crosby, Frank Sinatra, Mel Torme... y las voces de Billie Holiday, Ella Fitzgerald, Sarah Vaughan... entre otros artistas.
Una de las primeras ‘modas’ que impuso este nuevo medio de comunicación fue el Charleston que causó furor en Lima al final de los años 20 (que también fue considerado diabólico). “Put 'em down blues”, “Only's creole trombones” y “Skip the gutter” de Louis Armstrong; “All the cats join in” de Benny Goodman y su Orquestra; y “Down home rag” de Tommy Dorsey, son algunos títulos de lo que fue la música juvenil de nuestros abuelos. El Jazz y las Big Bands traerían consigo el saxofón, el clarinete, las trompetas, el trombón y el ‘jazzband’ o batería. Desde aquella época, queda establecida la afición al Jazz en gran número de limeños y a las Big Bands en la mayoría de los músicos locales que rápidamente incorporan a su bagaje los nuevos instrumentos. La siguiente ‘moda’ sería el tango.
El cine sonoro llegó al Perú (1929) y con él llegaron las primeras películas musicales como las pioneras El Cantor de Jazz, The Go Setter o La calle 42; después vendrían Sombrero de copa y El desfile del amor, que convirtieron a la pareja formada por Fred Astaire y Ginger Rogers, en verdaderas estrellas del cine.
“En 1930 se produce el primer contacto con la música cubana de ritmo caliente. Llegó a Lima una numerosa delegación artística procedente de Cuba. No trajo representación oficial. El plantel directivo lo conformaban elementos artísticos de renombre, entre los cuales estaba el maestro Eliseo Grenet. La compañía tenía por nombre “Cubanacan”; la integraban eximios bailarines folklóricos de ambos sexos, músicos, actores; trajeron estampas típicas, técnica, y artísticamente montadas, entre ellas: Rapsodia cubiche y Guaguancó en el solar. Aun cuando el público anduvo algo desorientado en la captación de ritmos tan novedosos como el guaguancó, rumba, bembé, guaracha, Columbia y aires como el son y el desconocido bolero, acudió entusiasta a todas las presentaciones que se ofrecieron desde el local que hoy es el teatro Manuel A. Segura”. (Cesar Santa Cruz G.).
Las primeras producciones musicales de Hollywood ayudarían a la popularización de los instrumentos del jazz y los músicos locales sin demora se van convirtiendo en hábiles ejecutantes de aquellos nuevos instrumentos a los que pocos años más tarde agregarían la guitarra eléctrica de reciente creación. En los años cuarenta hizo su aparición Gene Kelly (actor, bailarín, coreógrafo, productor y director), y junto a Stanley Donen, en Un día en Nueva York (1949) se convirtieron en verdaderos ídolos de los jóvenes de aquellos años.

viernes, 10 de septiembre de 2010

El reposo del guitarrista


Esta nota, ha sido escrita en homenaje a un gran amigo pero deseo hacerlo extensivo —y creo oportuna la ocasión— a todos los músicos desconocidos, especialmente a los guitarristas, los que no grabaron un disco o no figuraron en los medios, pero que en estas cinco últimas décadas, nos han hecho disfrutar de buena música ¿quién no conoce alguno? Gracias a todos ellos.

Emilio como cualquiera de los jóvenes nacidos en el segundo lustro de la década de los cuarenta había pasado horas escuchando rocanrol desde mediados de los cincuenta. Los dos últimos años había puesto especial atención en las clases de guitarra de la estudiantina del colegio, descuidando los demás cursos y poniendo en riesgo la aprobación del año escolar. En pleno 1963, los Beatles empezaban a sonar en la radio y, ya desde hace tres años antes, muchos chicos sólo querían tocar los éxitos de Los Ventures (Walk, don’t run), “sacar” temas como “Apache” o el “Satánico Dr. No”, tener una guitarra eléctrica y llegar a ser un rocanrolero famoso ¿Porqué no? Sus continuas presentaciones en las actuaciones del colegio —las que compartí— le habían dado cierta soltura y todo era posible.
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“Después de vender bizcochos, postres y bebidas en el colegio las alumnas de los últimos años inventaron las funciones matinales, una mejor oportunidad para reunir fondos para la fiesta de promoción. En un principio, sólo se proyectaba una película de las llamadas “juveniles”, más adelante, las chicas quisieron incluir la actuación de un “nuevaolero” en el intermedio de la proyección. No bien descubierta esta actividad, y como siempre ocurre en nuestro medio, aparecieron los seudo empresarios y promotores de matinales que ofrecían el cielo y sus estrellas al alumnado pero sin ninguna garantía…” (1)
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Su primer contacto con la guitarra eléctrica la tuvo gracias a la invitación de un compañero de salón de apellido Tanaka. Tenía en su casa de la avenida Javier Prado una deslumbrante guitarra y un potente amplificador, ambos Fender, y el “chino” quería que la pruebe y de paso que le enseñe unos acordes. La experiencia fue increíble, inolvidable. Ese año ’63 puso empeño en los estudios y aprobó el año haciendo que su papá cumpla con la promesa de comprarle una guitarra en la casa “Sterling”: una Eco de cuatro micros y un mini amplificador que apenas llegaba a los 35 cm de altura.
Por esos días Emilio vivía en la cuadra dos de jirón Puno y estaba cerca de los cines del centro, principales escenarios de las primeras matinales, fue entonces que conoció a un promotor de dudosa seriedad, que a la vez de hacer de empresario, vendedor, publicista y animador; mostraba también “su lado noble” dando oportunidad a los nuevos valores a quienes, la mitad de veces, pagaba sólo una pequeña parte de lo pactado, y la otra mitad, simplemente no les pagaba ni un morlaco. En muchas oportunidades aquel promotor fue a casa de Emilio a pedirle que lo salve de un aprieto.


—¡Saca tu guitarra y vamos! Ya falta poco para el corte-intermedio y los cantantes no llegan ¡por favor tienes que cantar!
No fueron pocas las veces que se le vio a Emilio por el jirón de La Unión llegando a la carrera, con su guitarra y amplificador a cuestas, minutos antes del corte.
—Tenemos que hacer tiempo mientras llega algún cantante —le suplicaba el promotor, refiriéndose a los “nuevaoleros” prometidos.

Lo positivo de aquella experiencia fue que, en los albores de las matinales, Emilio logró hacer muchas presentaciones en los cines Excelsior, Tauro, Lido y Tacna que le permitieron estructurar un aceptable repertorio de rocanrol en el que destacaba una versión en castellano del clásico de los Drifters “Honey Money”, y a la vez, aplastar el nefasto bicho del pánico escénico.

Más adelante, muchos músicos jóvenes llegaban a la “Casa Manturana” para probar los nuevos instrumentos ante el agrado del administrador. Fue allí que fueron convocados Emilio Riega, primera guitarra; Pedro Pajuelo, segunda guitarra; Alex Nathanson, bajo y Steve, cuyo apellido el tiempo no permite recordar, en la batería para conformar Los Fourmants que tuvieron gran actividad entre los años ’64-’65, alternando con grupos como los Crickets, los Dreams, los Saicos, los Steivos y muchos otros.
Los Fourmants se desintegraron y sus miembros siguieron diferentes rumbos. Emilio hizo una audición de prueba con Pico Ego Aguirre y luego se presentó la oportunidad de grabar algunos “jingles” en el estudio de Pedrín Chispa. Después de esa experiencia integraría los Pick Pockets cuando las matinales se habían generalizado en todo Lima, actuando, en cuanta matinal el cuerpo pudiera aguantar. Jean Paul, con quien tenía gran amistad lo invitó a que lo acompañe en sus actuaciones privadas —en las matinales cantaba con playback— a condición de que termine con su apariencia de rocanrolero de los 50s y se deje crecer el pelo “para que seas un verdadero troglodita” —le pidió el cantante. Entre los años ’65-’66 acompañó con regular frecuencia al “Troglodita” ante artistas, modelos, empresarios y militares en residencias, night clubs y hoteles en la época que el único estimulo, todavía era, unos tragos de ron Cartavio o Pomalca dispensada por “la chata”, fiel y discreta compañera muy bien disimulada en un bolsillo. Por esos mismos días, integró los Blue Angels antes que Los Doltons, los Shain’s, Los York’s y Los Belking’s acaparen la popularidad, luego, las matinales entrarían en su etapa de declive. Con los Blue Angels también hizo una temporada en la Grutta Azurra cuando Lima vivía la última etapa de su esplendorosa vida nocturna: la de plumas y lentejuelas, de rumbas y mambos, de martinis, capitanes y chilcanos de pisco. La de activos centros como el Embassy, el Negro Negro, el Pigalle y el Tabaris con la gran vedette Betty di Roma como figura estelar. Luego, Emilio se retiró para iniciar sus estudios en Bellas Artes. Los demás integrantes, la mayoría de Pueblo Libre, darían nacimiento a los Sherman y, por esos días, en el ambiente limeño, se iniciaría el auge de los “tonos psicodélicos”.
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“La voracidad de algunos empresarios sin escrúpulos, en desmedro de los artistas y alumnos de las promociones, pronto despojó a las matinales de su “atractivo” como un negocio rentable. Ya en estado grave, el desenfreno de algunos imberbes revoltosos con los “chicotes cruzados”, alejaron al público y decretaron el fin de las matinales antes que cualquier prohibición, hasta ahora, no probada. Las promociones de los colegios giraron hacia las fiestas sociales amenizadas con orquestas, como las organizadas en los Clubs Departamentales, que aseguraban una mayor rentabilidad y control…” (2)
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A fines de los sesentas además de compartir la bohemia limeña bajo la seducción de las noches de pistas convertidas en espejos por la garúa, tuvimos la oportunidad de trabajar juntos como dibujantes en la editorial propiedad del abuelo de la hoy campeona “Kina” Malpartida, hasta que él, inició su trabajo como caligrafo, y yo, empecé mi gira por las agencias de publicidad.
Emilio estuvo retirado de la música por casi treinta años, hasta el 2000 cuando decidió conformar con un grupo de músicos, que incluía a su hijo Jesús, la banda “Feeling” para hacer covers de rock de todas las épocas. Después de una audición de prueba en el pub “Deja Vu” fue contratado como grupo estable y en donde, en poco tiempo, logró construir una estrecha relación con los asiduos clientes que semana a semana concurrían a escucharlos. El éxito del grupo residió en la cuidadosa selección del los temas y la sobriedad en sus interpretaciones. Cuando el local cambió de nombre a “Oita Nomá” se les renovó la confianza: “mientras haya una cantidad de público estable, ustedes tendrán trabajo estable” —les dijo el dueño. Llevaban tocando más de cuatro años y todo parecía ir de maravilla. Pero los que hemos recorrido intensamente un buen trecho del camino sabemos que la vida, en cualquier momento, te da sorpresas.

Me alegra que a pesar del tiempo transcurrido y las dificultades, Emilio no haya perdido su esencia rocanrolera, la rebeldía de aquellos tiempos, el humor, esa ironía punzante; sobre todo cuando conversamos de la época del “Be-bop-a-lula” o de nuestros “Días de colegio” y la beatlemanía. Una sonrisa ilumina su rostro y como si estuviera en el Excelsior frente al público toca una guitarra imaginaria y tararea “Honey Money”. También se entusiasma al hablar de sus gustos musicales y de su admiración por Carlos Hayre, Richie Zellon y Miki Gonzáles a quienes considera innovadores de la música peruana.
Ahora, Emilio esta empeñado en escribir un libro sobre los Niños-Amor que no trata de los hijos de los Hippies, de los miembros de Los Hijos de Dios, o algo por el estilo, más bien, trata sobre los efectos en el desarrollo de las personas, del amor recibido por los niños entre cero a cinco años. Está muy entusiasmado con la idea y lo ha asumido como su principal tarea pendiente. Ese entusiasmo por su proyecto y la gratitud hacia la vida que demuestra a cada instante con la alegría y la paz que irradia su ser, es increíble. Estoy seguro que el accidente que hoy le impide caminar, es para Emilio, sólo un descanso temporal: su alma no ha perdido la sonrisa, sus manos siguen tocando, sus ideas no han dejado de correr.


Foto 1: Gene Vincent & Blue Caps, John, Paul and Vincent en La Caverna, Beatles.
Foto 2: Los Doltons, Los Shain’s, Los Belking’s.
Foto 3: Duane Eddy, Los Ventures. Telegraph Avenue: las matinales cedieron ante los “tonos psicodélicos”.
Foto 4: El maestro Carlos Hayre, Richie Zellon, Miki Gonzáles.
(1) (2) Antonio Ruiz F., “Las Matinales de los 60s”, manuscrito no publicado, Miraflores, Lima, 1982.

lunes, 9 de agosto de 2010

Pretty Things

Fue un encuentro casual con un viejo amigo el que devolvió a Tomy al ambiente del rock. Raúl había tocado batería en «Black Roots» en los primeros años 70s, estaba tocando nuevamente y ahora había detenido su auto para invitarlo a escuchar a «Foxy Lady» el sábado siguiente (…) en la cuadra seis de José Gálvez…
Siempre había sido así, cada cierto tiempo se encontraba con amigos músicos que le contaban sobre las clases particulares que dictaban, que estaban tocando otro género de música, que habían grabado «hasta jingles» o (…). En este caso, Raúl le confió la necesidad que tenía de trabajar, la formación de un nuevo grupo y la temporada que ya habían iniciado a la cual estaba invitado.
—Tu sabes, ¡Chamba es chamba! «cuñao». —le había dicho.
… El fogueo adquirido en largas caminatas nocturnas por el puerto no le permitía coincidir con muchos que calificaban a esa zona como «picante». Pese a eso, dio unas vueltas por las calles aledañas y una vecina del barrio, toda ricotona ella, con el comprensible recelo le hizo saber el lugar exacto de las fiestas y señas de la música que allí se escuchaba.

—Tocan música disco…«música loca» que le dicen ¡ja, ja, ja!.
… Estaba oscureciendo, eran las 6:30 p. m., la hora en que todos los gatos son pardos, pero, aún así, pudo advertir que las chicas que llegaban, lucían como cadáveres dark retocados para el velorio. Patéticas. Aumentaban los curiosos en la puerta, y adentro, se escuchaba el monótono ritmo de la «música disco». Pagó su entrada e ingresó…
… La iluminación se acercaba más a la usada en los bares de segundo nivel del barrio rojo del Callao lo que le daba un aire clandestino, pecaminoso. El techo era tan alto y oscuro que hacía pensar que estaba sucio y podía albergar murciélagos y fantasmas. (…) Cuando se le cruzó Néstor, un viejo amigo, bajista con mucha experiencia.
—¡Hey compadre! ¡a los tiempos! —saludó Tomy y se abrazaron palmoteándose— ¿no me digas que vas a tocar?
—¡No!, quiero ver cómo están tocando estos locos. «Peluca» y Arturo llamaron a Raúl y están de nuevo juntos —exclamó Néstor con su típica expresión de alarma.
—Buen equipo… se han preocupado —dijo Tomy, turbado por el volumen de la música— ¡van a tocar dos grupos… y debe sonar bien ¿no?! —agregó, alzando la voz.
—Ah sí, en ese sentido Carla, la productora, es ¡exigente y muy detallista… hasta en el repertorio! —enfatizó Néstor— pero vamos a tomar una cerveza porque aquí no se puede conversar —sugirió.
Subieron al mezanine, se sentaron y pidieron un par de cervezas Cuzqueña. Abajo, la masa entregada al baile latía cadenciosamente al compás machacón de la «disco music» en medio del calor insoportable y un espeso humo de tabaco. Atrás, las parejas seguían besuqueándose.

…Después de quince minutos de intermedio, la voz misteriosa de «Producciones Mandarina» anunció al grupo estelar de la noche: ¡Foxy Lady!, el cual irrumpió con el tema homónimo de Hendrix que les sirvió para calentarse y, entusiasmar al público. El sonido era perfecto, y el look espectacular (…) El grupo continuó con «Looking for a Kiss» de New York Dolls, «Honey I Need» de Pretty Thing, «Metal Guru» de T. Rex, (…) y una serie de temas más. La gente estaba excitada y ahora había un olor a… era el final y todo el mundo buscó la salida.
—¡Qué bacán! —exclamó Tomy— loquísimo, como para filmarlo ¿no?.
—¡Loquísima dirás! —musitó Néstor— un show en una cápsula muy lejos de todo —agregó.
Pero afuera, en las calles el show de la vida continuaba. En la ciudad los típicos bellacos y malandros adoradores de Lavoe, seguían sembrados en las esquinas, asolapados en la oscuridad, esperando su oportunidad para birlar algo…

Extracto de: “La Mandarina Mecánica”, (1981).