viernes, 18 de diciembre de 2009

En busca del tesoro

Desde hace un buen tiempo las palabras como homenaje, aniversario, tributo y reconocimiento; usadas indiscriminadamente en los títulos de eventos musicales, han perdido credibilidad. Hoy, que se habla mucho —exageradamente diría— sobre el merecido reconocimiento del rock peruano de los 60-70, cabe la posibilidad de considerar por lo menos, la existencia de otras razones o motivaciones además del sincero reconocimiento que explicarían la repentina y entusiasta promoción del gusto por lo antiguo. Mucho se ha escrito, y estoy de acuerdo, sobre que las naciones construyen su futuro en base a una revisión crítica de su historia y de las obras de sus antepasados, y en parte, esa revisión sólo es posible para las nuevas generaciones, con la reedición adecuada y oportuna de dichas obras, sean estas literarias, musicales o de otra índole.
El Estado casi nunca o nunca ha sido un buen promotor de esta actividad. En nuestro medio, han sido las empresas privadas, universidades, medios de comunicación o productores independientes los que han hecho posible la edición de parte de ese tesoro. En otras latitudes existen grandes empresas o sellos especializados en esta labor constituyéndose en un lucrativo negocio como cualquier otro.
Todo está bien hasta allí. Pero ¿quién edita? ¿Qué reeditar? ¿Quién compila? ¿Con qué criterio? ¿En confiable la información incluida? ¿Cuál es su procedencia u origen? ¿Qué significación, importancia o valor tuvo en su época? Son preguntas que habría que tener en cuenta cada vez que nos pongan al frente un nuevo producto hecho para satisfacer esa especie de paleomanía desatada.

Desde otro enfoque, —y con la venia de los psicólogos—el amor descontrolado por objetos del pasado y su posesión sin asumir un análisis del contexto en que fueron creados se vería reducido a un simple caso de fetichismo o disconformidad con la definición alcanzada de una estética personal o la del mundo presente. Y, no sería temerario considerarlo como una acción de rebeldía —una más— contra la vorágine tecnológica, como una evocación a nuestro primitivismo expresada en un regreso a lo natural (el sótano, el antiguo baúl), al lado de la madera, el polvo y el olor a guardado. ¿Sustituto de una carencia? ¿Evasión?

Lo que es de temer es la desinformación irresponsable, el inventar mitos e historias y hacerlas creer como ciertas. El rock no necesita de recetas futboleras como la de vivir pegado a éxitos del pasado como “México 70”. Existieron grandes músicos, muy buenos grupos y se grabaron excelentes discos pero se vendieron poco y, el músico y su obra llegaron a una audiencia limitada. Cierto, en los años 60-70 el género que más discos vendió a nivel nacional fue la música andina comercial (*), con artistas como la Pastorita Huaracina y el Jilguero del Huascarán seguidos por la Flor Pucarina, el Picaflor de los Andes y Luis Abanto Morales. No fue el rock.
El tributo más valioso para un artista es el que recibe de parte del público en sus actuaciones. Ese sentimiento mezcla de devoción-fidelidad que los músicos perciben en cada fiesta, concierto o local lleno de gente que los admira y aplaude en ese momento, no en otro, no tiene substituto alguno y los músicos de rock de los 60-70 lo recibieron así. Por eso, ahora, cualquier intento en ese sentido cuando media considerable espacio de tiempo, y a veces de distancia, se torna en un evento de dudosa sinceridad.
Soy un convencido que en las décadas de 1980, 1990 y 2000-09 se ha hecho también muy buena música ¿Vamos a esperar 40 años más para dar “un reconocimiento” al “olvidado rock nacional”; para comprar y escuchar “el mejor rock de Sudamérica”, para hablar y escribir acerca de él? ¡¡Disfrutémoslo hoy!!
Damas y caballeros, con todo respeto: Está bien culantro, pero no tanto.


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* Lloréns Amico, José Antonio (1983) Música Popular en Lima: Criollos y Andinos, IEP, Lima

lunes, 14 de diciembre de 2009

Cuero y metal en Lima

No se puede negar que al hablar de hard rock o heavy metal en el Lima, lo primero que llega a nuestra mente son los nombres de las bandas Pax y Tarkus. Es cierto, ambos grupos fueron pioneros del genero en nuestro medio. Pax fue el primer grupo nacional que logró grabar todo un Lp. de rock pesado, en inglés, que como se sabe, encontraba resistencia y hasta oposición en las disqueras y estaciones de radio locales. Por su parte Tarkus, el grupo peruano-argentino, fue el primero en grabar heavy rock con letras en español.
El rock duro, desde la época de la primera “invasión inglesa” había conquistado buen número de adeptos en nuestro medio, los que tenían como grupos preferidos a los Kinks, los Who y los Yardbirds y, marcaban su antagonismo con los que preferían la armonía vocal y el sonido blando de los grupos de soft rock. Después de 1965 (Satisfaction, Rolling Stones; My Generation, Who), se empieza a notar un desfase de especialización en la mayoría de los disc-jockeys del medio. Ya no se trataba sólo de escoger canciones bonitas para los jóvenes. Una riquísima avalancha de nuevos sonidos era ignorada y, los programas estaban copados por Mamas & the Papas, Monkees y Nancy Sinatra. Gracias a esas raras excepciones, pudimos deleitarnos con el sonido de guitarras de los Byrds y la agresividad Wild Thing de Troggs
Desde entonces, como hoy, músicos de rock y oyentes buscaron fuentes alternativas para proveerse de discos que no se editaban en el medio o las emisoras locales no difundían. A fines de 1967, en una fiesta en la Victoria, un grupo desconocido toco un tema desconocido en forma sencillamente espectacular. Todos los asistentes, extraños (a la rica Vicky), quedamos maravillados. La gente del barrio lo tomó como habitual. El tema nos sonaba conocido pero esa noche no lo pudimos identificar. Algunas semanas después, en el Embassy, el grupo los Zany’s estrenaba con orgullo una caja de efectos, interpretando temas de Jimi Hendrix y Cream, en una fiesta donde reinó el wah-wah bajo una lluvia de luces psicodélicas y entre los chorros de sudor en las paredes del otrora aristocrático club nocturno.
Por esos días, un amigo vino de Marcona (su padre trabajaba en la mina con los ingenieros norteamericanos) y trajo como siempre novedades discográficas: El primer lp de Vanilla Fudge y el Disraeli Gears de Cream. De prisa, conseguimos un equipo y al repasar una y otra vez cada vinilo, ubicamos el misterioso tema, ese, de aquella noche en la Victoria: You Keep Me Hangin’ On (Supremes, ’66) por Vanilla Fudge. El grupo de “la rica Vicky”, que nos dejó impresionados con su interpretación, había sido nada menos que la mítica “Nueva Cosecha”.
El ’68 fue un año decisivo para los aficionados del hard rock, aquí y en todo el mundo, pues se pudo escuchar temas como Sunshine Of Your Love de Cream, All Along The Watchtower, de Jimi Hendrix, Hush de Deep Purple, Born To Be Wild de Steppenwolf y el definitivo In A Gadda Da Vida de Iron Butterfly entre otros, todos, en un mismo año. Por ese tiempo una nueva generación de disc-jockeys incursionó en la radio local, en la que destacaron, entre otros: David León, Pepe Manucci, Quique Valle..., los que permitieron a los oyentes apreciar gran parte de los nuevos sonidos, “silenciados”, por los programas conservadores. Una muestra de esas joyas: Summertime Blues del excepcional grupo de Dick Peterson, Blue Cheer, entre muchas otras de la llamada por entonces, música “subterránea”.
Debe mencionarse, que en aquella época, en cada distrito, urbanización o barrio existía un grupo de rock, muchas veces más de uno; con buenos instrumentistas y un repertorio al día, tanto así, que enviaron al descanso a la elegante radiola de papá pues la fiesta de los jóvenes tenía que ser con conjunto de rock (y luces psicodélicas). Si duda, siempre, estos grupos de barrio “que nunca grabaron un sencillo ni cobraron un ripio”, son los que más grabados quedan, en la mente de los seres vivientes. Sólo tres nombres para el recuerdo: Dr. Wheat, Stone Free Co. y Beautiful Day.
Retomando el tema, cabe decir aquí, que el grueso de seguidores del heavy rock en Lima fue reclutado después de la difusión de Whole Lotta Love, de Led Zeppelin, casi a fines de ’69 en una inusitada campaña de difusión, sólo superada por la de In a Gadda da Vida (el video de Iron Butterfly lo pasaban completito hasta en la hora del almuerzo). Mientras tanto la gente, “la mancha heavy” se esforzaba en conseguir los discos recurriendo a cualquier opción por dislocada que pareciera. Los marinos mercantes europeos en el Callao, por ejemplo, se emocionaban al intercambiar sus vinilos casi nuevos o nuevos por ropa interior blanca y nueva (sí, calzoncillos) de algodón pima peruano que ellos vendían en Europa. “Hum… abrigo de pieles para mis pobres genitales… hum” –decía el gringo asegurando que no eran para venderlos. Después se supo que también llevaban para sus chicas baby-dolls rojos, que eran un lujo casi inalcanzable allá.
Fue de esta manera que empezaron a circular los primeros lp, de Deep Purple y Black Sabbath y en 1970, los primeros metaleros limeños ya tarareaban Paranoid y Black Night. El género se siguió definiendo en forma progresiva, pero aquí en Lima, la edición de un disco insignia, se constituyó en una imaginaria acta de instalación del heavy metal local: una recopilación de los grupos de “Vértigo”, el sello inglés que apostó por el rock pesado (obra de la diligente gestión, del amigo de siempre, Gerardo Rojas). A partir de allí, mientras Grand Funk y Free sonaban en los barrios, cada vez más fuerte, a través de Cookin Morning o Elemental Music Group, en las calles los cabellos, cada día más largos, flotaron libres al viento.
Diseño afiches: Antonio Ruiz F.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Memo Rock

...Un domingo del ‘68, en el Club de Tenis de la Victoria, casi al final de la tarde y después de escuchar a uno de los grupos estables por esos días, hacer su versión de ‘In a gadda da vida’, un grupo de chicos y chicas revisaba con admiración un ejemplar de la edición mexicana de POP, la revista original europea. Una de ellas preguntó: “¿por qué, aquí no hacen también canciones propias y en español?” Al frente, otro grupo ayudaba a reincorporar a uno de los suyos que yacía a un lado de la pista de baile por exceso de ‘pepas’...

Siempre que se habla del frustrado proceso del rock local en los 60s, se recurre a la fácil vía de cargar la culpa “al recorte de libertades” del gobierno militar instalado en octubre del ’68. En otras latitudes, han sido precisamente las alteraciones al sistema o los excesos de éste, los que han producido el florecimiento de la mejor música. ¿Fue ésta la única causa o hubo otros motivos para su decaimiento?
Con el comprensible enojo de algunos músicos —muchos, buenos amigos— por las siguientes líneas, para responder a esa pregunta es necesario ejercer la siempre eficaz práctica de la autocrítica. Seguro que se encontrarán otras razones, además de las siempre recurridas, por las cuales el promisorio rock local de los sesentas no culminó un feliz desarrollo. Reconociendo, que hubo un escaso puñado de meritorias excepciones. He aquí sólo un esbozo:
No tuvo conexión ni compromiso. Desde sus orígenes, el contenido del rock (and roll) estuvo ligado a los jóvenes, a sus miedos, penas, alegrías, las vacaciones, el primer amor, la promoción del colegio, su debut sexual, etc. Chuck Berry, por ejemplo, le cantaba a eso y los teen norteamericanos se sentían interpretados por él. Se establecía así una estrecha conexión. El rock local de los 60s se basó en el versionismo —covers para los galicistas— y no supo ni pudo establecer esa conexión, porque no estuvo comprometido con los reales anhelos de los jóvenes locales. El trance socioeconómico de éstos era totalmente diferente.

Fue un negocio como cualquier otro, que quebró. Cuando se impuso el rock, como consecuencia de la beatlemania desatada en todo el mundo, las disqueras se apresuraron a fichar en sus registros a grupos de rock locales para explotar el nuevo negocio. Ya lo habían hecho sucesivamente con la música criolla (todas tenían sus tríos y solistas); la música tropical (todas tenían sus orquestas y sonoras) y, la nueva ola (todas tenían sus cantantes buenmozos). Les había ido más que bien y el nuevo negocio se mostraba apetitoso. Al fin, si la idea no funcionaba o el negocio se agotaba, ya vendría otro. La genialidad de los Beatles logró mantener al tope durante siete años ese negocio ¿Cuál sería el próximo?
Fue sólo producto de la moda. No es un secreto que la industria se vale del poder de los medios de comunicación para imponer gustos, crear costumbres y vendernos sus productos. La moda no es mala en sí. Lo malo es esa debilidad, de los latinos en general, para seguirla a ciegas, de no profundizar, de copiar sólo lo exterior. Con un análisis de sus raíces, quizás se podría hallar vasos comunicantes, que harían la adopción de ésta, consciente y por lo tanto productiva, creativa. La fachada, la envoltura no es lo importante. ¿La casa del Hippie?, Los metaleros de fin de semana... la moda es, pues, siempre efímera.
...En la recopilación del Rock Peruano editada por El Comercio, se encuentra una página en blanco con una línea que dice algo así como: “la letra de esta canción no ha podido ser ubicada”, uno se pregunta ¿qué letra? El muy querido ‘Loco Pacho’ Orué siempre cantó en un inglés ‘masticado’, es decir, cantaba ‘como en inglés’, en Pax cantó un poco a lo Osbourne, con otro tanto a lo Farner y un poquitín a lo Guillan...

El problema del idioma. El componer y cantar en inglés se constituyó en el impedimento, quizás el mayor, para que la música de la mayoría de aquellos grupos, alcance una mayor difusión. Claro, si no tengo nada qué decir e ignoro las necesidades de mi público; poco me importa que me entiendan. Es fácil comprender por qué los hijos de los migrantes —fenómeno que en esos años se incrementó— denominaron como ‘música loca’ al rock y otros géneros similares que no terminaban de entender. Ellos, luego empuñarían las guitarras eléctricas y timbaletas, la mayoría de producción artesanal, para crear ‘su’ música, esa misma que ahora, interpretada por Bareto tiene éxito masivo.
De todas estas debilidades, eran conscientes los productores discográficos locales que junto con algunos disc-jockeys ya habían adquirido experiencia al montar el modelo norteamericano de los ‘teen idols’, es decir, encumbrar a como dé lugar, a chicos bien parecidos de escasas condiciones vocales, llamado en nuestro medio ‘Nueva Ola’. Patrón que se impuso para ‘ablandar’ al rock’n’roll y se constituyó en la época más vergonzosa de la música pop norteamericana al descubrirse que se había construido en base a coimas (payola).
Esa fue la cuna, en la que empezó a crecer el rock local a partir del ’63. Por cierto, los temas arriba señalados permanecían, por entonces, ocultos para el público común. Pero los años 60s no sólo fueron rock, drogas y amor libre. A mediados de los 60s empezó a proliferar en libros, revistas y panfletos la publicación de estudios y artículos de psicólogos y sociólogos en los que se analizaba los medios de comunicación, la dependencia cultural, la alineación, la identidad cultural, etc. En 1968, el adolescente de 15 que en 1963 escuchó por primera vez ‘Love me do’ ya tenía 20 años y si no había leído mucho, había vivido lo suficiente y aquellos primitivos Beatles... habían e-vo-lu-cio-na-do.

Muchos acontecimientos se sucedieron y el país y la población cambio mucho. No sería, pues, coincidencia que algunos promotores de las matinales y fiestas de rock fueran luego los empresarios de las primeras fiestas de los grupos, de ese ensamble llamado 'Chicha', creado por los migrantes y marginales que ya lleva hasta tres revivals. Se concretó el rescate definitivo de la música afrodescendiente iniciada a mediados de los 50s. Se revaloró nuestro folklore y surgió la nueva canción Latinoamericana. Se produjo la tercera invasión afrocaribeña desde Nueva York con la Salsa. Los sonidos entonces eran otros, los oídos ya no eran los mismos, pero la canción... siguió sin escucharse.

Pero seguirán existiendo músicos, en el rock criollo, que piensen que el rock nada tiene que ver con la creación y la originalidad, y sólo ansíen ser como ese bronceado surfer californiano o aquel rockstar londinense. Porque el rock local, como se ha visto, tiene mucho de criollada.
Que fueron 'días felices' y 'años maravillosos' en nuestras vidas eso es verdad, y los disfrutamos como locos. Pero al cabo de casi cuarenta años, es necesario reconocer errores y carencias propias, por ejemplo, dejar de seguir creyendo que los músicos de aquella época, se quedaron sin base y fundamento, en el preciso momento que deportaron a Carlos Santana. El adolescente que hoy, en algún lugar, con una guitarra acústica entre las manos crea canciones en su cuarto... no se la cree.
Felizmente, siempre hubo, hay y habrá, aunque aisladas y escasas; meritorias y honrosas excepciones: músicos dispuestos a dedicar y a mostrar su arte verdaderamente libre y creativo a audiencias masivas y no sólo a elites determinadas, porque hoy, hacer esto último, es desconocer los cambios y el carácter multicultural de este país.
Arriba: Saicos, Los Yorks, El Polen; Al centro: Traffic Sound, Telegraph Av., Laghonia - WAT; Abajo: Gerardo Manuel, Tarkus, Pax.
Sobre el mismo tema:

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Cuando el rock & roll llegó a Lima II

Guitarras y Guitarristas
Ser músico era un asunto de mayores. Los niños varones usaban pantalón corto hasta los catorce años (como Kiko o el Chavo del ocho), en algunos casos hasta más.
Las orquestas de entonces animaban las fiestas sociales en clubs, hoteles, grandes residencias y night clubs; tenían el formato de las big bands de jazz (como la gran banda de Jean Pierre Magnet) y estaban conformadas por piano, bajo, batería y guitarra; cuatro saxofones; dos trompetas y un trombón de vara; un vocalista. Se pueden mencionar a las grandes orquestas de Andrés de Colbert, Carlos Pickling, The Swing Maker Band, Carlos Noya, Richard Baris, Freddy Roland y las sonoras de Lucho Macedo, Ñico Estrada y Koki Palacios. La mayor parte del repertorio era de música afrocaribeña pero también incluían piezas de fox trot, música criolla, tango y terminaban la fiesta, tocando una marinera y un huayno.
No era común que los jóvenes aprendieran a tocar guitarra, lo normal era más bien que estudiaran piano o ballet. Pero, algunos profesores afrodescendientes dictaban clases particulares de guitarra y marinera a algunas señoritas —a señoritos también— de la clase pudiente, pues como extravagancia aristocrática, el dominio de esas artes daba “distinción”.

En aquella época, según Cesar Santa Cruz*, “uno de los ‘riesgos del oficio’ era ser censurado como persona sin ocupación conocida (sin oficio ni beneficio, según expresión usual en ese entonces) cuya vida discurría de jarana en jarana (…) Otro riesgo era ser conocido como cantor o músico de casas de jarana o prostíbulos. (…) Nadie se arriesgaba a caminar llevando al brazo una guitarra u otro instrumento de cuerda durante las horas laborables del día, pues era exponerse a ser tildado de ‘jaranista’ (…). Los padres de familia —continúa el maestro Santa Cruz— se oponían a que sus hijos estudiasen la guitarra, en primer lugar por temor a que se convirtieran en ‘jaranistas’; en segundo lugar porque la T.B.C. era el flagelo de los trasnochadores limeños y la humedad característica del clima favorecía la posibilidad de contagio”.
Los comentarios corresponden a la década de los 40, pero como se sabe, antes de la llegada del rock’n’roll y de la televisión, todo había permanecido inmóvil. Fueron los músicos profesionales de las grandes orquestas y aficionados al jazz, los primeros en tocar las guitarras eléctricas en Lima, cuando éstas empezaron a importarse, y fueron esos músicos profesionales los que hicieron las primeras interpretaciones de rock’n’roll en las fiestas y grabaciones.

La inspiración de los primeros rockers locales y la afición hacia la guitarra surge después de la exhibición de “Semilla de Maldad” (The Blackboard Jungle, 1955) y “Al compás del reloj” (Rock around the clock, 1956). Quizás, la imagen obesa de Bill Haley no fue, de lo más inspiradora, pero al difundirse la música y fotos de rockers como Carl Perkins, Elvis Presley, Gene Vincent y el mismo Buddy Holly, rasgando una guitarra, la visión empezó a ser otra. Todos querían tocar la guitarra y ser un rocker. La imagen y actitud de los personajes representados en los films por Marlon Brando (Salvaje, 1953) y James Dean (Rebelde sin causa, 1955), también influyeron significativamente.

(*) El Waltz y el valse criollo, Lima, 1989.

Arriba: Gene Vincent, Elvis Presley, Eddie Cochran, popularizaron la guitarra entre los jóvenes.

Al centro: Afiches de las películas 'Salvaje' y 'Rebelde sin causa'.

martes, 3 de noviembre de 2009

Para "demoler" el olvido

Escarbando el pasado


El movimiento de rock desarrollado en el Perú en el periodo comprendido entre mediados de la década de 1960 hasta la primera mitad de la década de 1970, nunca logró el reconocimiento de algún sector de los llamados “oficiales”; desde ningún punto de vista.
Después de más de cuarenta años y luego de la reedición en formato de CD, de los discos de los grupos más representativos de aquella época, parece que ese reclamado tributo que ya había adquirido el carácter de urgente, justo y necesario; se ha concretado.
Carlos Torres Rotondo en las páginas de “DEMOLER”, a través de las historias de una veintena de grupos y de los solistas Miguel Ángel Ruiz, “Zulú” y Jean Paul “El Troglodita”; hilvanadas a partir de entrevistas a los actores mismos, nos sumerge en su “viaje personal por la primera escena del rock en el Perú, 1957-1975”. Excelente trabajo.
“Demoler” de Carlos Torres R. no sólo será apreciada como una guía por las nuevas generaciones de aficionados al añejo rock local, sino que por su inmenso valor documental se convierte desde ahora, en lectura imprescindible antes de emprender futuros trabajos acerca de este tema.
Quizás, coincida con algunos lectores en —y como única queja—el no haber encontrado algunas líneas con la opinión de los músicos o, sobre la ideología de éstos, acerca de esa “rebelión juvenil a escala global” o sobre la “contracultura en la región” a las que se refiere el texto de la contratapa.

“DEMOLER, Un viaje personal por la primera escena del rock en el Perú, 1957-1975”, Carlos Torres Rotondo (2009) Lima, Revuelta Editores, 279 páginas.

Fin de un viaje fantástico

El enemigo silencioso

Hace algún tiempo, un cantante sobreviviente de la más antigua y mejor época criolla declaró para un diario: “eso de las jaranas de siete días y las encerronas con guitarras, pisco y cajón son puras mentiras inventadas por los escritores que no tuvieron imaginación”. En otra ocasión un músico de rock de los años 60, dos décadas después, en una entrevista dijo: “en la época de mayor éxito, en nuestro grupo nunca consumimos drogas”. ¿Se quiere tapar el sol con un dedo o todos somos chicos buenos? Ya sabemos que siempre hubo y hay juergueros desmedidos, como también hubo y hay, gente tranquila y “zanahoria”. Pero, más bien, hay temas de los que la gente prefiere no hablar.
En los primeros años sesenta (antes de los Beatles) ya se consumía en Lima los fármacos, en especial derivados de la anfetamina y otros como el Mandrax que fue muy popular entre los años 64-65, se hablaba mucho de la marihuana pero era difícil hallarla. Después de lanzados los Lps. “Rubber Soul” y “Revólver” de los Beatles, es que se hace visible,
su circulación.
En el año 66 durante el gobierno del Fernando Belaúnde hubo una continua “caza de pelucones” por parte de la policía en la plaza San Martín, el Parque Universitario y otros puntos de la ciudad. Un domingo, sorpresivamente, el “caimán” (camión de la policía) en plena fiesta se cuadro en retroceso bloqueando la puerta del Embassy. Todos los asistentes fueron conducidos a la comisaría de la avenida Alfonso Ugarte. Por entonces, las matinales y fiestas se veían cubiertas repentinamente de una leve neblina con aroma a cannabis (y no era precisamente el nombre de un nuevo perfume). La mayoría de asistentes estaban “chinos” y las ventas de colirio en las farmacias habían subido.
Alrededor de 1967, estuvo de moda en Lima, la aspiración de éter que era el mismo chisguete usado años antes en las fiestas de carnaval, y ahora mismo, lo usan en el fútbol para calmar el dolor de las lesiones. Luego, llegó el LSD pero al haber abundante “grass” y alcance de todos fueron muy pocos, al principio, los que se atrevieron a dar el paso hacia “la experiencia”. Para 1970, no sólo fumar “macoña” era común, sino también, el comercializar las drogas. Todo ocurría tan rápido y estaba fuera de control, que los problemas pronto llegaron. Muchos se quedaron “pegados al techo”, en el decir de la época.
Se supone que una de las “libertades conculcadas”, reclamadas a los militares, estaba relacionada con este tema. El asunto era serio y había que ponerle freno. Urgente.
Hoy, en cualquier barrio limeño, la gente puede testimoniar acerca de algún joven, hijo de una familia vecina, que en aquel tiempo, tuvo graves problemas. Muchos tuvieron que someterse a largos tratamientos, y otro tanto, se vieron privados de su libertad. Para fines del 73 fue común ver a algunos “patitas” del barrio deambular desaseados y completamente idos por calles del distrito. Los que tuvieron posibilidades fueron enviados al extranjero para alejarlos de “las malas compañías”, otros optaron a pasear voluntariamente, ante la posibilidad de verse, obligados a pasar unas frias vacaciones en “Canadá”.

viernes, 16 de octubre de 2009

La Lisura Limeña

Gracia encantadora y genial

Qué bien hablaban los limeños de antaño. «Repitieron la cadencia bíblica y el molde clásico —según José María Eguren—; pero lucieron estilo propio en sus vagares e impresiones festivas. Raro es el limeño que no haya escrito alguna copla o intentado una aventura»(1).
Fueron los cronistas viajeros los que atribuyeron a los limeños, y a la
limeña en especial, ciertas peculiaridades y gracias exclusivas que luego
los tradicionistas se encargaron de perennizar. Limeñas, de las que se destaca su famosa «pequeñez increíble del pie, que contrasta con la largueza del ingenio porque: a la propiedad de ser todas chistosas y decidoras, corresponde el genio alegre naturalmente y risueño, acompañado de un semblante agradable y obsequioso» (2).
Una de esas gracias es la mentadísima lisura limeña, que generalmente,
tiene mucho que ver con la timidez, o más bien con la desvergüenza en la relación con los demás y que, para decirlo de la manera más simple, no es otra cosa que el mismísimo atrevimiento pero con ingenio, con chispa.
—Así que ese fulano se quiso propasar con la hija del compadre... ¡que tal lisura!.
¡Que tal lisura! Es la expresión que aún se escucha decir, a menudo, al reprobar alguna acción considerada irrespetuosa.
Pero no sólo cuentan la rapidez y el ingenio en la respuesta. Es la espontaneidad y naturalidad con que son dichas, lo que eleva a dicho hablar, al nivel de gracia encantadora y genial.
La lisura limeña es una de esas características, de difícil definición, atribuidas a los limeños. Para Sebastián Salazar Bondy, es «esa maliciosa hechura del desahogo humoral que punza como el florete y que, sin embargo, formalmente, no acusa herida ni entraña ataque a cara limpia», destacando su cualidad inofensiva a pesar de su carga contestataria, pero a la vez llena de picardía y; cita luego a Max Radiguet para quien la lisura es: «un modo de decir chispeante y ligero, que no alcanza nunca a ser pesado y malévolo, y que en las mismas lesiones que causa burla burlando pone, al mismo tiempo, el bálsamo que palia y cicatriza»(3).
Eguren, coincide en lo fundamental del concepto y reafirma lo limeñísimo de la lisura cuando dice de las limeñas: «Con corazón, sin corazón; pero siempre en la gracia y lisura que les son propios; lo es la gracia por sutileza ingenua y la lisura por ser una palabra inventada por ellas, y porque les pertenece en concepto. Lisura es una candorosidad picaresca que tiende al rojo, pero se queda en rosa. Se diría que cada limeña es una lisura, es decir, una rosa, una nubilidad sin espinas» (4).
Un matiz característico de ésta es la actitud irreverente, muy de moda ahora último y que se evidencia al no dejarse intimidar por una supuesta superioridad o autoridad del interlocutor. Dicho de otro modo, no tener en cuenta el sexo, edad, cargo, título, etc., en el instante de decir lo que se debe, se tiene o se quiere —con ingenio y picardía, claro está— ante una opinión, crítica o agravio.
Estaría pues, lejos de considerarse dentro de esta característica, la actitud necia de aquel personaje que so pretexto de ‘caer en gracia’, intenta poner ‘chapas’ a todo el mundo, burlarse de todos y contar chistes en todo momento, logrando por el contrario, constituirse en el antipático o el ‘pesado’ del grupo. Cuando deviene de una actitud preconcebida y actuada, la gracia pierde todo su encanto.
La respuesta que no se hace esperar, pertinente y oportuna llena de desenfado e insolencia pero impregnada de picardía, o la acción misma de emitirla, se considera como ‘no dejarse’. Pero ante una frase o comentario cargado de ironía lanzado al aire ante un grupo, sin especificar destinatario, surge siempre un al que le caiga el guante... que se lo chanque. Es así cómo, la desfachatez o lo irrespetuoso del mensaje, aunque provocativo y desafiante no llega a irritar, más bien, produce gracia por lo ocurrente y chispeante, razón por la que quizás, el propio Terralla y Landa —maligno enemigo de Lima—, afirmó «que las limeñas son ‘ángeles con uñas’; con lo cual no sabemos si está haciendo un reproche o, por lo contrario, esbozando un piropo»(5). El agravio convertido en caricia, como respuesta a una afrenta. He allí, el encanto de la lisura limeña.
FOTOS:
Arriba: La gracia de la tapada limeña según Pancho Fierro.
Abajo: Lizet Soto y Karen Dejo ¡Que tal lisura!

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(1) EGUREN, José María (1959) “Motivos Estéticos”, Recop.: Estuardo Núñez, Lima: Patronato del Libro UNMSM.
(2) MIRO QUESADA S., Aurelio (1958) “Lima, Tierra y Mar”, Lima, Perú: Editorial Juan Mejia Baca.
(3) SALAZAR BONDY, Sebastián (1974) “Lima La Horrible”, Biblioteca Peruana, Lima, Perú: Ediciones Peisa.
(4) EGUREN, José María (1959).
(5) MIRO QUESADA S., Aurelio (1958).

Criollos de ayer, criollos de hoy


A propósito del Día de la Canción Criolla



El atributo de más relieve moral, que el criollo del virreinato trasmitió a las generaciones republicanas fue la cundería; o sea, “la alegría espontánea, la travesura picante, la broma ingeniosa”, exhibida desde la escuela, y más tarde, en el diario relacionarse de las gentes (1).
Carlos Wiese, en Apuntes de historia crítica del Perú, dice: “Criollo era el hijo de padres europeos nacidos en los antiguos territorios de América española, sin mezcla de indios ni negros” —citado por Zanutelli, quien luego aclara—: “Este concepto resulta precario, por sus fallas en el enfrentamiento con lo cotidiano. No todo hijo de europeo nacido en América resultaba criollo. [...] Abelardo Gamarra alegaba que criollo era lo alegre, lo festivo, lo que tiene no sé qué de picaresco, malicioso o intencionado. Criollo, dijo es el mestizo, el combinado, el mezclado, el café con leche; esto, por supuesto, no margina al hijo de españoles, o en general, de europeos nacidos en América” (2).
El cunda sabía ganarse la amistad de los burgueses para gozar de los placeres que la fortuna daba a éstos. Para obtener tal privilegio, el cunda hacía acopio de humor, de travesuras, de chispa criolla; ya sea para ingresar a una fiesta, sin ser invitado; para organizar jaranas, con cualquier pretexto; o para soliviantar a los mansos, con burlas ingeniosas, etc.
En el plano musical, el término se habría comenzado a utilizar como etiqueta para diferenciar la música ligera —popular— creada en la capital, de la música seria y de la andina, para terminar como apellido del primigenio vals limeño. Proyectada así, esta figura, a diferentes actividades y costumbres de la vida diaria, como la cocina y el hablar, por ejemplo, el criollo “delimitará el territorio bajo su influencia y así, el provinciano o el extranjero se acriollarán en la medida que celebren y se adapten a las controvertidas manifestaciones de la picardía popular” (3) de los barrios y al espíritu de la Gran Lima..
Con el pesar de muchos, no se puede soslayar el proceso de devaluación que sufrió en la república el ya precario prestigio del criollo de la colonia, hasta ser reconocido como “el vividor y el burlón y ha concentrado sus principales representaciones en el zambo ágil, elegante y jaranero”(4), atribuyéndosele, el triste mérito de haber engendrado esa tara denominada criollada.
Para Salazar Bondy, la viveza criolla es una mezcla de inescrupulosidad y cinismo y, por eso es en la política, donde se aprecia mejor ese ‘atributo’ pero explica: “El vivo de esta laya se da, no obstante, en todas las esferas de la actividad [...], todo el que obtiene, en resumidas cuentas, lo que no le pertenece o le está vedado por vía ilícita pero ingeniosa debido a lo cual el hecho es meritorio. En homenaje a su picardía, los vivos merecen la indulgencia. Los otros, los que proceden de acuerdo a su conciencia o a la ley, son tontos. En vivos y tontos, dentro de la maniquea psicología criollista, se divide la humanidad”(5).
Las migraciones de provincianos hacia la capital a partir de la década de 1940, cambiaron todo concepto anterior, y a través de varias generaciones le dieron un nuevo rostro a la urbe “forjando a la vez una nueva identidad colectiva que integra paulatinamente lo criollo, lo afro, lo andino y lo amazónico, haciendo de Lima una ciudad híbrida y multicultural”, que los nuevos residente de los asentamientos periféricos van renovando y modernizando y, “que con el tiempo ha ido homogenizándose hasta convertirse en un distintivo cultural nuevo que está caracterizando a los sectores populosos...” (6).
En este proceso de acriollamiento, que reúne a los descendientes de limeños con este grupo de nuevos limeños, incluyendo, a la heroica clase ‘aspirante y emergente’ de prósperos nuevos empresarios que la jerga criolla ya bautizó como ‘novoandinos’; el negocio de las mal llamadas ‘peñas criollas’, se ha encargado de difundir “una falsa cundería y malos hábitos que le han sido presentados como la quinta esencia del más puro criollismo [...] cuya autenticidad a nadie interesó verificar... y resultó asimilado por quienes de buena fe, lo creyeron genuino. [...] El ‘criollo limeño de hoy’ resulta un convencido de que ‘se aprende a ser criollo’...” (7) y, que en la ‘peña’ se puede adquirir sabor, alegría y una gran dosis de chispa cuando lo que logra asimilar allí, apenas le alcanza, a menudo, para representar una patética caricatura.

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(1) VALEGA, J. M. (1975) “Historia General de los Peruanos”, T.2.
(2) ZANUTELLI, (1999) “Felipe Pinglo... a un siglo de distancia”, Diario el Sol.
(3) MIRANDA T., Ricardo (1988) “Música Criolla del Perú”, M. de Educación.
(4) VALEGA, J. M. (1975)
(5) SALAZAR BONDY, S. (1974) “Lima la Horrible”, Ediciones Peisa, Lima.
(6) OJEDA, Rafael (2007) “La ciudad en el laberinto”, El Dominical, 14.01.07.
(7) SANTA CRUZ, C., (1989) “El Waltz y el valse criollo”, Segunda ed., Concytec.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Raíces ocultas de la chicha...

Anónimos merecen reconocimiento.


Durante la década de 1950, todos los domingos los coliseos —en especial el ‘Nacional’ de la Victoria— brindaban a los migrantes andinos una amplia variedad de aires del folklore de la sierra norte, centro y sur del país. La mayoría de grupos viajaba, especialmente, de sus provincias para sus presentaciones en Lima. Mientras tanto, por la zona de La Parada no era extraño leer carteles ofreciendo pequeños conjuntos folclóricos, para homenajes y compromisos, a sus paisanos. Éstos, generalmente, estaban conformados por: arpa, violín, saxo y mandolina o bandurria; existían por supuesto, otras variantes que incluían acordeón, guitarra o clarinete.
Para fines de los 50s las grandes orquestas de doce a dieciséis profesores resultaban ya demasiado costosas. Las grandes fiestas sociales de antaño como las de “La Cabaña”, eran cosas del pasado y todo había quedado reducido a las fiestas de carnavales en Barranco, en el Club del Ministerio de Hacienda y las fiestas en los Clubs Departamentales, dando paso al surgimiento del formato ‘sonora’.
La llamada música tropical junto a la música criolla, habían sido, en las décadas del 40 y 50, las preferidas por los bailarines limeños en las fiestas. Las grandes orquestas, y por supuesto las sonoras amenizaban los bailes sociales de la época suministrando grandes dosis de guarachas, guaguancós, rumbas, mambos, cha cha chás y luego también merengues. Y así como a mitad de los 50s, ante el clamor de los concurrentes, necesitaron interpretar un par de temas de rock’n’roll; en los primeros años de los 60’s incluyeron el ritmo de la cumbia a su repertorio, para satisfacer al —tradicionalmente danzarín— poblador limeño.
En esa época, por motivos laborales, el gremio de músicos ofrecía sus servicios —sobre todo al sector popular— a través de combos de cinco o seis músicos para atender matrimonios, bautizos, quinceañeros y otros compromisos —incluido el popular ‘corte de pelo’—. Este combo podría estar conformado por: saxo, trompeta, timbal, cantante y la guitarra la eléctrica que empezó a popularizarse con el rock’n’roll¸ siendo en ocasiones, la guitarra remplazada por el acordeón y el agregado en algunos casos del bongó. Por lo general estas mini orquestas interpretaban música tropical (incluida la cumbia), música criolla, tango y rock instrumental y terminaban la fiesta con la clásica marinera.
A principios de los sesenta la programación radial estaba dominada por el género tropical y la ‘nueva ola’; que por esos días era la sensación. Entre los primeros, la Sonora Matancera, Pérez Prado, Xavier Cugat y Los compadres destacaban entre muchos tríos, conjuntos y orquestas cubanas y de origen centroamericano. Estos reinados terminarían con la difusión continental de la cumbia y la repercusión mundial de Los Beatles, respectivamente.

Para entonces, la mayoría de pequeños grupos folklóricos de migrantes, aceptando el pedido de sus clientes, también decidieron incluir en su repertorio temas de cumbia, como ‘La pollera colorá’ y otros popularizados principalmente por los Llopis y los Corraleros de Majagual, permitiéndoles ampliar la cobertura, en cuanto a gustos de los asistentes a las fiestas; que eran migrantes que ya habían asimilado algunas costumbres de la capital.
Estos dos tipos de conjuntos (siempre olvidados), fueron los que en realidad —desde las fiestas—sembraron la semilla de esta creación popular que por generación espontánea y colectiva se fue convirtiendo, a lo largo de aquellos años, en La Chicha. Enrique Delgado Montes, gracias a su formación musical y experiencia, pudo llevarla al disco de manera formal y otros músicos, igualmente notables, como Marino Valencia Garay y Edilberto Cuestas Chacón, con el aporte de su bagaje musical, acabaron por configurar lo que se constituye como la mejor época de este género.
FOTOS: Valencia y Cuestas directores de Los Diablos Rojos y Los Ecos respectivamente.

lunes, 12 de octubre de 2009

Cuando el rock & roll llegó a Lima...

No todo era color de rosa.

Los jóvenes dejaron de ser el grupo más aburrido en las ‘reuniones’ o fiestas organizadas por y para los mayores. Después de haber ido toda la semana muy alegremente al colegio, caminando sobre veredas humedecidas por la garúa limeña, uno esperaba la matinée del domingo para ver esa ‘chelis’ tan esperada y encontrarse con los amigos. En verano, era toda una aventura ir a la playa en el tranvía Lima-Chorrillos (por el hoy zanjón) lo que permitía apreciar a lo largo del camino, extensas y florecientes zonas agrícolas; vacas, caballos, pequeños rebaños de carneros y cabras pastando; caporales a caballo en vigilante recorrido y aviones descendiendo en el aeropuerto de Limatambo (hoy San Borja).
Al referirse a la capital se decía ‘Lima, Callao y balnearios’ y la gente ‘salía’ a veranear a La Punta, Ancón, San Bartolo, Punta Negra, Punta Hermosa y Santa María. En la ciudad, la solemnidad, el verdor y la opulencia de las zonas residenciales contrastaba con el tono grisáceo y modesto de los alegres barrios populares. Inmensas casonas y hermosos chalets convivían a pocos metros de callejones y corralones colmados de gente humilde.
La situación socio-económica no era de las mejores. El término de la segunda guerra mundial y luego; de la guerra de Corea, habían causado una significativa baja en las exportaciones del país, produciendo despidos masivos de trabajadores y la migración de campesinos a la capital. Recién juramentado, el gobierno del Dr. Manuel Prado tuvo que enfrentar numerosas huelgas de los nacientes, pero ya fuertes, gremios sindicales que reclamaban en las calles por los bajos salarios, la gran desocupación y el hambre.
La radio, ese íntimo entretenimiento, tenía una programación especializada y variada (no había locutores que vociferaban, ni Tv.). Existían espacios para todos y cada género tenía su horario: noticias, radionovelas, infantiles, música clásica, criolla, tropical, mexicana, argentina, folklórica y jazz. Fueron los programas de este último género los que ya habían incluido algunas piezas de rhythm & Blues y en la segunda mitad de los 50s, emitieron los primeros temas de rock & roll, sólo como una novedad más, de las que dichos espacios solían presentar. Sin presagiar ni por sólo un momento, que pronto, Bill Haley y Elvis Presley alborotarían a los jóvenes, cambiando el pensamiento y las costumbres del mundo.
FOTO: Bill Haley y Elvis Presley (1955)
(Continuará...)

Creando inventores


Los Saicos... ¿Sintiendo orgullo ajeno?

Antonio Ruiz F.

Siempre el negocio del pop se ha valido del siniestro juego entre las antípodas: blando-duro, manso-rebelde, pacífico-violento, limpio-sucio, bonito-feo... Beatles-Rolling Stones.
Cuando surgió el rock and roll, encarnaba la rebeldía juvenil, la confrontación generacional, el desafío a la autoridad y el rechazo a la sociedad. Los cantantes y músicos lo demostraban sobre el escenario con inusual despliegue de energía, aullidos, violencia y desparpajo —irreverencia que le dicen—, desde entonces, ingredientes inmóviles del rock. Elvis Presley, Jerry Lee Lewis, Little Richard y otros; fueron precisamente la contraparte de los pulcros ‘crooners’, motivo de los suspiros de nuestras abuelas. La prensa conservadora los calificó de inmorales y, a sus seguidores, desde mozalbetes sucios y desadaptados hasta delincuentes juveniles.

Los avispados negociantes, crearon enseguida, cantantes y música para los chicos buenos y limpiecitos: los Teen Idols que reinaron desde el 57 hasta el 63, en que surgieron los Beatles y los Rolling Stones. Los fans formaron, entonces, dos frentes: los ‘blandos’ que seguían a los Beatles y grupos vocales como los Searchers, los Hollies, Los Bee Gees (de los 60s), etc.; y los ‘duros’ que seguían a los Rolling Stones y a grupos como los Kinks, los Who, los Troggs, etc. Pero, ahora, todos sabemos que la rebeldía y la rudeza (natural o creada) han sido elementos a los que, también han echado mano las bandas o managers (como máscara) para destacar e imponerse.

En lo personal, nuestro grupo, los que asistíamos a las matinales en aquellos años 60, éramos de los duros y disfrutamos gratamente con la música de los Saicos —merecidamente reconocidos y homenajeados en los últimos tiempos— por que en medio de tantos cantantes de la nueva ola y grupos de rock blandengue ellos se atrevieron a tocar rock ‘duro’ y, como si eso fuera poco, a hacer canciones propias, además, con destacable vuelo creativo en sus letras. Eran de los nuestros. Es notable, que en las entrevistas de aquellos días, así como en las motivadas por su homenaje, los Saicos nunca se declararon, ni se insinuaron siquiera, inventores de nada. ¿Es que acaso ellos lo necesitan? Afanarse en crear inventores es tan absurdo como inútil.

Con respecto al estilo de los Saicos, ya en aquella época, entre el público no faltaron minuciosos melómanos que encontraban, por lo menos, un aire de inspiración en temas como ‘Monster Mash’ de Bobby ‘Boris’ Pickett (’62), ‘Papa Oom Mow Mow’ de The Rivingtons (’63) y ‘Surfin’ Bird’ de los Trashmen (’64). ‘Monster Mash’ fue grabado también por los Beach Boys en su LP ‘Beach Boys in Concert’ (’65).

Del campo a la ciudad

Una extraña mezcla de cumbia, rock y huayno: la Chicha…

Antonio Ruiz F.


Hoy día, se cultivan géneros o aires que provienen de épocas en que no habían medios de registro (grabadoras) pero sucede que se anda diciendo por ahí que tal género murió o que éste género mató a aquél. Los géneros musicales, es cierto, decaen, pero después de algún tiempo, se enriquecen, se renuevan y resurgen; gracias a sus verdaderos cultores; no mueren. Otros, nacen, se desarrollan, se reciclan y siguen vigentes.
A partir 1967 el rock se tornó más complicado. Se dio en el mundo una ‘revolución sónica’ con la aparición de nuevos subgéneros y la creación de muchas etiquetas para diferenciarlos. Esto provocó, además de una gran confusión, la disolución de muchos grupos.
En nuestro medio, unos, comprendieron que no podían seguir haciendo rock con sólo tres acordes; otros, que sólo había sido cuestión de puro entusiasmo juvenil y, que debían de seguir con una vida normal, estudiar, trabajar, casarse...; otro tanto, que había que cambiar de giro o de género para poder sobrevivir. El resto, quizás poseedores de una real vocación siguieron haciendo música, incluso, hasta hoy.

Desde los primeros años 60s, una versión ya estilizada de la cumbia (aire folklórico afro-colombiano) se había empezado a popularizar, vía México, en varios países de América, en un principio, por los maestros Lucho Bermúdez y Pacho Galán; los Corraleros de Majagual, Los Hispanos, Los Graduados y otros. Ya en la segunda mitad de la década, por el arpa viajera de Hugo Blanco y Tulio Enrique León.

Por esos días, en los que en el habla popular, se usaba el término ‘pacharaco’ para referirse a lo de mal gusto, acholado o huachafo, empezó a popularizarse una extraña mezcla de rock, cumbia, y huayno, que en la calle la chispa criolla, pronto bautizó como ‘Chicha’ para expresar lo ‘ahuaynado’ e indefinido de su sonido. Como había sucedido con ‘lorcho’, ‘crolo’, ‘macaco’, ‘servilleta’ o ‘natacha’, el término adquirió un giro peyorativo y excluyente por lo que algunos músicos del nuevo sub-género optaron por llamarla ‘cumbia peruana’ o (años después) ‘música tropical andina’, para esquivar así, la etiqueta de ‘chicheros’. Pero, para los cultores de los géneros criollo, rock y afrocaribeño, especialmente del procedente de Cuba que habían incluido en el repertorio de sus orquestas y sonoras, el ritmo de moda: la cumbia, —a pedido del público bailarín— el nombre que correspondía era ‘Chicha’... y para el pueblo también. Las gaitas y flautas aquí, eran desplazadas por las guitarras eléctricas; los tambores africanos, por el timbal y el bongó. Más adelante, la atención de los sociólogos redimiría a la Chicha, surgiendo incluso, una especie de orgullo ‘chichero’.
FOTO: Enrique Delgado, supo fusionar rock, cumbia, folklore, criollo y ritmos antillanos.