A propósito del Día de la Canción CriollaEl atributo de más relieve moral, que el criollo del virreinato trasmitió a las generaciones republicanas fue la cundería; o sea, “la alegría espontánea, la travesura picante, la broma ingeniosa”, exhibida desde la escuela, y más tarde, en el diario relacionarse de las gentes (1).
Carlos Wiese, en Apuntes de historia crítica del Perú, dice: “Criollo era el hijo de padres europeos nacidos en los antiguos territorios de América española, sin mezcla de indios ni negros” —citado por Zanutelli, quien luego aclara—: “Este concepto resulta precario, por sus fallas en el enfrentamiento con lo cotidiano. No todo hijo de europeo nacido en América resultaba criollo. [...] Abelardo Gamarra alegaba que criollo era lo alegre, lo festivo, lo que tiene no sé qué de picaresco, malicioso o intencionado. Criollo, dijo es el mestizo, el combinado, el mezclado, el café con leche; esto, por supuesto, no margina al hijo de españoles, o en general, de europeos nacidos en América” (2).
El cunda sabía ganarse la amistad de los burgueses para gozar de los placeres que la fortuna daba a éstos. Para obtener tal privilegio, el cunda hacía acopio de humor, de travesuras, de chispa criolla; ya sea para ingresar a una fiesta, sin ser invitado; para organizar jaranas, con cualquier pretexto; o para soliviantar a los mansos, con burlas ingeniosas, etc.
En el plano musical, el término se habría comenzado a utilizar como etiqueta para diferenciar la música ligera —popular— creada en la capital, de la música seria y de la andina, para terminar como apellido del primigenio vals limeño. Proyectada así, esta figura, a diferentes actividades y costumbres de la vida diaria, como la cocina y el hablar, por ejemplo, el criollo “delimitará el territorio bajo su influencia y así, el provinciano o el extranjero se acriollarán en la medida que celebren y se adapten a las controvertidas manifestaciones de la picardía popular” (3) de los barrios y al espíritu de la Gran Lima..
Con el pesar de muchos, no se puede soslayar el proceso de devaluación que sufrió en la república el ya precario prestigio del criollo de la colonia, hasta ser reconocido como “el vividor y el burlón y ha concentrado sus principales representaciones en el zambo ágil, elegante y jaranero”(4), atribuyéndosele, el triste mérito de haber engendrado esa tara denominada criollada.
Para Salazar Bondy, la viveza criolla es una mezcla de inescrupulosidad y cinismo y, por eso es en la política, donde se aprecia mejor ese ‘atributo’ pero explica: “El vivo de esta laya se da, no obstante, en todas las esferas de la actividad [...], todo el que obtiene, en resumidas cuentas, lo que no le pertenece o le está vedado por vía ilícita pero ingeniosa debido a lo cual el hecho es meritorio. En homenaje a su picardía, los vivos merecen la indulgencia. Los otros, los que proceden de acuerdo a su conciencia o a la ley, son tontos. En vivos y tontos, dentro de la maniquea psicología criollista, se divide la humanidad”(5).
Las migraciones de provincianos hacia la capital a partir de la década de 1940, cambiaron todo concepto anterior, y a través de varias generaciones le dieron un nuevo rostro a la urbe “forjando a la vez una nueva identidad colectiva que integra paulatinamente lo criollo, lo afro, lo andino y lo amazónico, haciendo de Lima una ciudad híbrida y multicultural”, que los nuevos residente de los asentamientos periféricos van renovando y modernizando y, “que con el tiempo ha ido homogenizándose hasta convertirse en un distintivo cultural nuevo que está caracte
rizando a los sectores populosos...” (6).
En este proceso de acriollamiento, que reúne a los descendientes de limeños con este grupo de nuevos limeños, incluyendo, a la heroica clase ‘aspirante y emergente’ de prósperos nuevos empresarios que la jerga criolla ya bautizó como ‘novoandinos’; el negocio de las mal llamadas ‘peñas criollas’, se ha encargado de difundir “una falsa cundería y malos hábitos que le han sido presentados como la quinta esencia del más puro criollismo [...] cuya autenticidad a nadie interesó verificar... y resultó asimilado por quienes de buena fe, lo creyeron genuino. [...] El ‘criollo limeño de hoy’ resulta un convencido de que ‘se aprende a ser criollo’...” (7) y, que en la ‘peña’ se puede adquirir sabor, alegría y una gran dosis de chispa cuando lo que logra asimilar allí, apenas le alcanza, a menudo, para representar una patética caricatura.
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(1) VALEGA, J. M. (1975) “Historia General de los Peruanos”, T.2.
(2) ZANUTELLI, (1999) “Felipe Pinglo... a un siglo de distancia”, Diario el Sol.
(3) MIRANDA T., Ricardo (1988) “Música Criolla del Perú”, M. de Educación.
(4) VALEGA, J. M. (1975)
(5) SALAZAR BONDY, S. (1974) “Lima la Horrible”, Ediciones Peisa, Lima.
(6) OJEDA, Rafael (2007) “La ciudad en el laberinto”, El Dominical, 14.01.07.
(7) SANTA CRUZ, C., (1989) “El Waltz y el valse criollo”, Segunda ed., Concytec.