viernes, 16 de octubre de 2009

La Lisura Limeña

Gracia encantadora y genial

Qué bien hablaban los limeños de antaño. «Repitieron la cadencia bíblica y el molde clásico —según José María Eguren—; pero lucieron estilo propio en sus vagares e impresiones festivas. Raro es el limeño que no haya escrito alguna copla o intentado una aventura»(1).
Fueron los cronistas viajeros los que atribuyeron a los limeños, y a la
limeña en especial, ciertas peculiaridades y gracias exclusivas que luego
los tradicionistas se encargaron de perennizar. Limeñas, de las que se destaca su famosa «pequeñez increíble del pie, que contrasta con la largueza del ingenio porque: a la propiedad de ser todas chistosas y decidoras, corresponde el genio alegre naturalmente y risueño, acompañado de un semblante agradable y obsequioso» (2).
Una de esas gracias es la mentadísima lisura limeña, que generalmente,
tiene mucho que ver con la timidez, o más bien con la desvergüenza en la relación con los demás y que, para decirlo de la manera más simple, no es otra cosa que el mismísimo atrevimiento pero con ingenio, con chispa.
—Así que ese fulano se quiso propasar con la hija del compadre... ¡que tal lisura!.
¡Que tal lisura! Es la expresión que aún se escucha decir, a menudo, al reprobar alguna acción considerada irrespetuosa.
Pero no sólo cuentan la rapidez y el ingenio en la respuesta. Es la espontaneidad y naturalidad con que son dichas, lo que eleva a dicho hablar, al nivel de gracia encantadora y genial.
La lisura limeña es una de esas características, de difícil definición, atribuidas a los limeños. Para Sebastián Salazar Bondy, es «esa maliciosa hechura del desahogo humoral que punza como el florete y que, sin embargo, formalmente, no acusa herida ni entraña ataque a cara limpia», destacando su cualidad inofensiva a pesar de su carga contestataria, pero a la vez llena de picardía y; cita luego a Max Radiguet para quien la lisura es: «un modo de decir chispeante y ligero, que no alcanza nunca a ser pesado y malévolo, y que en las mismas lesiones que causa burla burlando pone, al mismo tiempo, el bálsamo que palia y cicatriza»(3).
Eguren, coincide en lo fundamental del concepto y reafirma lo limeñísimo de la lisura cuando dice de las limeñas: «Con corazón, sin corazón; pero siempre en la gracia y lisura que les son propios; lo es la gracia por sutileza ingenua y la lisura por ser una palabra inventada por ellas, y porque les pertenece en concepto. Lisura es una candorosidad picaresca que tiende al rojo, pero se queda en rosa. Se diría que cada limeña es una lisura, es decir, una rosa, una nubilidad sin espinas» (4).
Un matiz característico de ésta es la actitud irreverente, muy de moda ahora último y que se evidencia al no dejarse intimidar por una supuesta superioridad o autoridad del interlocutor. Dicho de otro modo, no tener en cuenta el sexo, edad, cargo, título, etc., en el instante de decir lo que se debe, se tiene o se quiere —con ingenio y picardía, claro está— ante una opinión, crítica o agravio.
Estaría pues, lejos de considerarse dentro de esta característica, la actitud necia de aquel personaje que so pretexto de ‘caer en gracia’, intenta poner ‘chapas’ a todo el mundo, burlarse de todos y contar chistes en todo momento, logrando por el contrario, constituirse en el antipático o el ‘pesado’ del grupo. Cuando deviene de una actitud preconcebida y actuada, la gracia pierde todo su encanto.
La respuesta que no se hace esperar, pertinente y oportuna llena de desenfado e insolencia pero impregnada de picardía, o la acción misma de emitirla, se considera como ‘no dejarse’. Pero ante una frase o comentario cargado de ironía lanzado al aire ante un grupo, sin especificar destinatario, surge siempre un al que le caiga el guante... que se lo chanque. Es así cómo, la desfachatez o lo irrespetuoso del mensaje, aunque provocativo y desafiante no llega a irritar, más bien, produce gracia por lo ocurrente y chispeante, razón por la que quizás, el propio Terralla y Landa —maligno enemigo de Lima—, afirmó «que las limeñas son ‘ángeles con uñas’; con lo cual no sabemos si está haciendo un reproche o, por lo contrario, esbozando un piropo»(5). El agravio convertido en caricia, como respuesta a una afrenta. He allí, el encanto de la lisura limeña.
FOTOS:
Arriba: La gracia de la tapada limeña según Pancho Fierro.
Abajo: Lizet Soto y Karen Dejo ¡Que tal lisura!

___________________________

(1) EGUREN, José María (1959) “Motivos Estéticos”, Recop.: Estuardo Núñez, Lima: Patronato del Libro UNMSM.
(2) MIRO QUESADA S., Aurelio (1958) “Lima, Tierra y Mar”, Lima, Perú: Editorial Juan Mejia Baca.
(3) SALAZAR BONDY, Sebastián (1974) “Lima La Horrible”, Biblioteca Peruana, Lima, Perú: Ediciones Peisa.
(4) EGUREN, José María (1959).
(5) MIRO QUESADA S., Aurelio (1958).

Criollos de ayer, criollos de hoy


A propósito del Día de la Canción Criolla



El atributo de más relieve moral, que el criollo del virreinato trasmitió a las generaciones republicanas fue la cundería; o sea, “la alegría espontánea, la travesura picante, la broma ingeniosa”, exhibida desde la escuela, y más tarde, en el diario relacionarse de las gentes (1).
Carlos Wiese, en Apuntes de historia crítica del Perú, dice: “Criollo era el hijo de padres europeos nacidos en los antiguos territorios de América española, sin mezcla de indios ni negros” —citado por Zanutelli, quien luego aclara—: “Este concepto resulta precario, por sus fallas en el enfrentamiento con lo cotidiano. No todo hijo de europeo nacido en América resultaba criollo. [...] Abelardo Gamarra alegaba que criollo era lo alegre, lo festivo, lo que tiene no sé qué de picaresco, malicioso o intencionado. Criollo, dijo es el mestizo, el combinado, el mezclado, el café con leche; esto, por supuesto, no margina al hijo de españoles, o en general, de europeos nacidos en América” (2).
El cunda sabía ganarse la amistad de los burgueses para gozar de los placeres que la fortuna daba a éstos. Para obtener tal privilegio, el cunda hacía acopio de humor, de travesuras, de chispa criolla; ya sea para ingresar a una fiesta, sin ser invitado; para organizar jaranas, con cualquier pretexto; o para soliviantar a los mansos, con burlas ingeniosas, etc.
En el plano musical, el término se habría comenzado a utilizar como etiqueta para diferenciar la música ligera —popular— creada en la capital, de la música seria y de la andina, para terminar como apellido del primigenio vals limeño. Proyectada así, esta figura, a diferentes actividades y costumbres de la vida diaria, como la cocina y el hablar, por ejemplo, el criollo “delimitará el territorio bajo su influencia y así, el provinciano o el extranjero se acriollarán en la medida que celebren y se adapten a las controvertidas manifestaciones de la picardía popular” (3) de los barrios y al espíritu de la Gran Lima..
Con el pesar de muchos, no se puede soslayar el proceso de devaluación que sufrió en la república el ya precario prestigio del criollo de la colonia, hasta ser reconocido como “el vividor y el burlón y ha concentrado sus principales representaciones en el zambo ágil, elegante y jaranero”(4), atribuyéndosele, el triste mérito de haber engendrado esa tara denominada criollada.
Para Salazar Bondy, la viveza criolla es una mezcla de inescrupulosidad y cinismo y, por eso es en la política, donde se aprecia mejor ese ‘atributo’ pero explica: “El vivo de esta laya se da, no obstante, en todas las esferas de la actividad [...], todo el que obtiene, en resumidas cuentas, lo que no le pertenece o le está vedado por vía ilícita pero ingeniosa debido a lo cual el hecho es meritorio. En homenaje a su picardía, los vivos merecen la indulgencia. Los otros, los que proceden de acuerdo a su conciencia o a la ley, son tontos. En vivos y tontos, dentro de la maniquea psicología criollista, se divide la humanidad”(5).
Las migraciones de provincianos hacia la capital a partir de la década de 1940, cambiaron todo concepto anterior, y a través de varias generaciones le dieron un nuevo rostro a la urbe “forjando a la vez una nueva identidad colectiva que integra paulatinamente lo criollo, lo afro, lo andino y lo amazónico, haciendo de Lima una ciudad híbrida y multicultural”, que los nuevos residente de los asentamientos periféricos van renovando y modernizando y, “que con el tiempo ha ido homogenizándose hasta convertirse en un distintivo cultural nuevo que está caracterizando a los sectores populosos...” (6).
En este proceso de acriollamiento, que reúne a los descendientes de limeños con este grupo de nuevos limeños, incluyendo, a la heroica clase ‘aspirante y emergente’ de prósperos nuevos empresarios que la jerga criolla ya bautizó como ‘novoandinos’; el negocio de las mal llamadas ‘peñas criollas’, se ha encargado de difundir “una falsa cundería y malos hábitos que le han sido presentados como la quinta esencia del más puro criollismo [...] cuya autenticidad a nadie interesó verificar... y resultó asimilado por quienes de buena fe, lo creyeron genuino. [...] El ‘criollo limeño de hoy’ resulta un convencido de que ‘se aprende a ser criollo’...” (7) y, que en la ‘peña’ se puede adquirir sabor, alegría y una gran dosis de chispa cuando lo que logra asimilar allí, apenas le alcanza, a menudo, para representar una patética caricatura.

____________________
(1) VALEGA, J. M. (1975) “Historia General de los Peruanos”, T.2.
(2) ZANUTELLI, (1999) “Felipe Pinglo... a un siglo de distancia”, Diario el Sol.
(3) MIRANDA T., Ricardo (1988) “Música Criolla del Perú”, M. de Educación.
(4) VALEGA, J. M. (1975)
(5) SALAZAR BONDY, S. (1974) “Lima la Horrible”, Ediciones Peisa, Lima.
(6) OJEDA, Rafael (2007) “La ciudad en el laberinto”, El Dominical, 14.01.07.
(7) SANTA CRUZ, C., (1989) “El Waltz y el valse criollo”, Segunda ed., Concytec.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Raíces ocultas de la chicha...

Anónimos merecen reconocimiento.


Durante la década de 1950, todos los domingos los coliseos —en especial el ‘Nacional’ de la Victoria— brindaban a los migrantes andinos una amplia variedad de aires del folklore de la sierra norte, centro y sur del país. La mayoría de grupos viajaba, especialmente, de sus provincias para sus presentaciones en Lima. Mientras tanto, por la zona de La Parada no era extraño leer carteles ofreciendo pequeños conjuntos folclóricos, para homenajes y compromisos, a sus paisanos. Éstos, generalmente, estaban conformados por: arpa, violín, saxo y mandolina o bandurria; existían por supuesto, otras variantes que incluían acordeón, guitarra o clarinete.
Para fines de los 50s las grandes orquestas de doce a dieciséis profesores resultaban ya demasiado costosas. Las grandes fiestas sociales de antaño como las de “La Cabaña”, eran cosas del pasado y todo había quedado reducido a las fiestas de carnavales en Barranco, en el Club del Ministerio de Hacienda y las fiestas en los Clubs Departamentales, dando paso al surgimiento del formato ‘sonora’.
La llamada música tropical junto a la música criolla, habían sido, en las décadas del 40 y 50, las preferidas por los bailarines limeños en las fiestas. Las grandes orquestas, y por supuesto las sonoras amenizaban los bailes sociales de la época suministrando grandes dosis de guarachas, guaguancós, rumbas, mambos, cha cha chás y luego también merengues. Y así como a mitad de los 50s, ante el clamor de los concurrentes, necesitaron interpretar un par de temas de rock’n’roll; en los primeros años de los 60’s incluyeron el ritmo de la cumbia a su repertorio, para satisfacer al —tradicionalmente danzarín— poblador limeño.
En esa época, por motivos laborales, el gremio de músicos ofrecía sus servicios —sobre todo al sector popular— a través de combos de cinco o seis músicos para atender matrimonios, bautizos, quinceañeros y otros compromisos —incluido el popular ‘corte de pelo’—. Este combo podría estar conformado por: saxo, trompeta, timbal, cantante y la guitarra la eléctrica que empezó a popularizarse con el rock’n’roll¸ siendo en ocasiones, la guitarra remplazada por el acordeón y el agregado en algunos casos del bongó. Por lo general estas mini orquestas interpretaban música tropical (incluida la cumbia), música criolla, tango y rock instrumental y terminaban la fiesta con la clásica marinera.
A principios de los sesenta la programación radial estaba dominada por el género tropical y la ‘nueva ola’; que por esos días era la sensación. Entre los primeros, la Sonora Matancera, Pérez Prado, Xavier Cugat y Los compadres destacaban entre muchos tríos, conjuntos y orquestas cubanas y de origen centroamericano. Estos reinados terminarían con la difusión continental de la cumbia y la repercusión mundial de Los Beatles, respectivamente.

Para entonces, la mayoría de pequeños grupos folklóricos de migrantes, aceptando el pedido de sus clientes, también decidieron incluir en su repertorio temas de cumbia, como ‘La pollera colorá’ y otros popularizados principalmente por los Llopis y los Corraleros de Majagual, permitiéndoles ampliar la cobertura, en cuanto a gustos de los asistentes a las fiestas; que eran migrantes que ya habían asimilado algunas costumbres de la capital.
Estos dos tipos de conjuntos (siempre olvidados), fueron los que en realidad —desde las fiestas—sembraron la semilla de esta creación popular que por generación espontánea y colectiva se fue convirtiendo, a lo largo de aquellos años, en La Chicha. Enrique Delgado Montes, gracias a su formación musical y experiencia, pudo llevarla al disco de manera formal y otros músicos, igualmente notables, como Marino Valencia Garay y Edilberto Cuestas Chacón, con el aporte de su bagaje musical, acabaron por configurar lo que se constituye como la mejor época de este género.
FOTOS: Valencia y Cuestas directores de Los Diablos Rojos y Los Ecos respectivamente.

lunes, 12 de octubre de 2009

Cuando el rock & roll llegó a Lima...

No todo era color de rosa.

Los jóvenes dejaron de ser el grupo más aburrido en las ‘reuniones’ o fiestas organizadas por y para los mayores. Después de haber ido toda la semana muy alegremente al colegio, caminando sobre veredas humedecidas por la garúa limeña, uno esperaba la matinée del domingo para ver esa ‘chelis’ tan esperada y encontrarse con los amigos. En verano, era toda una aventura ir a la playa en el tranvía Lima-Chorrillos (por el hoy zanjón) lo que permitía apreciar a lo largo del camino, extensas y florecientes zonas agrícolas; vacas, caballos, pequeños rebaños de carneros y cabras pastando; caporales a caballo en vigilante recorrido y aviones descendiendo en el aeropuerto de Limatambo (hoy San Borja).
Al referirse a la capital se decía ‘Lima, Callao y balnearios’ y la gente ‘salía’ a veranear a La Punta, Ancón, San Bartolo, Punta Negra, Punta Hermosa y Santa María. En la ciudad, la solemnidad, el verdor y la opulencia de las zonas residenciales contrastaba con el tono grisáceo y modesto de los alegres barrios populares. Inmensas casonas y hermosos chalets convivían a pocos metros de callejones y corralones colmados de gente humilde.
La situación socio-económica no era de las mejores. El término de la segunda guerra mundial y luego; de la guerra de Corea, habían causado una significativa baja en las exportaciones del país, produciendo despidos masivos de trabajadores y la migración de campesinos a la capital. Recién juramentado, el gobierno del Dr. Manuel Prado tuvo que enfrentar numerosas huelgas de los nacientes, pero ya fuertes, gremios sindicales que reclamaban en las calles por los bajos salarios, la gran desocupación y el hambre.
La radio, ese íntimo entretenimiento, tenía una programación especializada y variada (no había locutores que vociferaban, ni Tv.). Existían espacios para todos y cada género tenía su horario: noticias, radionovelas, infantiles, música clásica, criolla, tropical, mexicana, argentina, folklórica y jazz. Fueron los programas de este último género los que ya habían incluido algunas piezas de rhythm & Blues y en la segunda mitad de los 50s, emitieron los primeros temas de rock & roll, sólo como una novedad más, de las que dichos espacios solían presentar. Sin presagiar ni por sólo un momento, que pronto, Bill Haley y Elvis Presley alborotarían a los jóvenes, cambiando el pensamiento y las costumbres del mundo.
FOTO: Bill Haley y Elvis Presley (1955)
(Continuará...)

Creando inventores


Los Saicos... ¿Sintiendo orgullo ajeno?

Antonio Ruiz F.

Siempre el negocio del pop se ha valido del siniestro juego entre las antípodas: blando-duro, manso-rebelde, pacífico-violento, limpio-sucio, bonito-feo... Beatles-Rolling Stones.
Cuando surgió el rock and roll, encarnaba la rebeldía juvenil, la confrontación generacional, el desafío a la autoridad y el rechazo a la sociedad. Los cantantes y músicos lo demostraban sobre el escenario con inusual despliegue de energía, aullidos, violencia y desparpajo —irreverencia que le dicen—, desde entonces, ingredientes inmóviles del rock. Elvis Presley, Jerry Lee Lewis, Little Richard y otros; fueron precisamente la contraparte de los pulcros ‘crooners’, motivo de los suspiros de nuestras abuelas. La prensa conservadora los calificó de inmorales y, a sus seguidores, desde mozalbetes sucios y desadaptados hasta delincuentes juveniles.

Los avispados negociantes, crearon enseguida, cantantes y música para los chicos buenos y limpiecitos: los Teen Idols que reinaron desde el 57 hasta el 63, en que surgieron los Beatles y los Rolling Stones. Los fans formaron, entonces, dos frentes: los ‘blandos’ que seguían a los Beatles y grupos vocales como los Searchers, los Hollies, Los Bee Gees (de los 60s), etc.; y los ‘duros’ que seguían a los Rolling Stones y a grupos como los Kinks, los Who, los Troggs, etc. Pero, ahora, todos sabemos que la rebeldía y la rudeza (natural o creada) han sido elementos a los que, también han echado mano las bandas o managers (como máscara) para destacar e imponerse.

En lo personal, nuestro grupo, los que asistíamos a las matinales en aquellos años 60, éramos de los duros y disfrutamos gratamente con la música de los Saicos —merecidamente reconocidos y homenajeados en los últimos tiempos— por que en medio de tantos cantantes de la nueva ola y grupos de rock blandengue ellos se atrevieron a tocar rock ‘duro’ y, como si eso fuera poco, a hacer canciones propias, además, con destacable vuelo creativo en sus letras. Eran de los nuestros. Es notable, que en las entrevistas de aquellos días, así como en las motivadas por su homenaje, los Saicos nunca se declararon, ni se insinuaron siquiera, inventores de nada. ¿Es que acaso ellos lo necesitan? Afanarse en crear inventores es tan absurdo como inútil.

Con respecto al estilo de los Saicos, ya en aquella época, entre el público no faltaron minuciosos melómanos que encontraban, por lo menos, un aire de inspiración en temas como ‘Monster Mash’ de Bobby ‘Boris’ Pickett (’62), ‘Papa Oom Mow Mow’ de The Rivingtons (’63) y ‘Surfin’ Bird’ de los Trashmen (’64). ‘Monster Mash’ fue grabado también por los Beach Boys en su LP ‘Beach Boys in Concert’ (’65).

Del campo a la ciudad

Una extraña mezcla de cumbia, rock y huayno: la Chicha…

Antonio Ruiz F.


Hoy día, se cultivan géneros o aires que provienen de épocas en que no habían medios de registro (grabadoras) pero sucede que se anda diciendo por ahí que tal género murió o que éste género mató a aquél. Los géneros musicales, es cierto, decaen, pero después de algún tiempo, se enriquecen, se renuevan y resurgen; gracias a sus verdaderos cultores; no mueren. Otros, nacen, se desarrollan, se reciclan y siguen vigentes.
A partir 1967 el rock se tornó más complicado. Se dio en el mundo una ‘revolución sónica’ con la aparición de nuevos subgéneros y la creación de muchas etiquetas para diferenciarlos. Esto provocó, además de una gran confusión, la disolución de muchos grupos.
En nuestro medio, unos, comprendieron que no podían seguir haciendo rock con sólo tres acordes; otros, que sólo había sido cuestión de puro entusiasmo juvenil y, que debían de seguir con una vida normal, estudiar, trabajar, casarse...; otro tanto, que había que cambiar de giro o de género para poder sobrevivir. El resto, quizás poseedores de una real vocación siguieron haciendo música, incluso, hasta hoy.

Desde los primeros años 60s, una versión ya estilizada de la cumbia (aire folklórico afro-colombiano) se había empezado a popularizar, vía México, en varios países de América, en un principio, por los maestros Lucho Bermúdez y Pacho Galán; los Corraleros de Majagual, Los Hispanos, Los Graduados y otros. Ya en la segunda mitad de la década, por el arpa viajera de Hugo Blanco y Tulio Enrique León.

Por esos días, en los que en el habla popular, se usaba el término ‘pacharaco’ para referirse a lo de mal gusto, acholado o huachafo, empezó a popularizarse una extraña mezcla de rock, cumbia, y huayno, que en la calle la chispa criolla, pronto bautizó como ‘Chicha’ para expresar lo ‘ahuaynado’ e indefinido de su sonido. Como había sucedido con ‘lorcho’, ‘crolo’, ‘macaco’, ‘servilleta’ o ‘natacha’, el término adquirió un giro peyorativo y excluyente por lo que algunos músicos del nuevo sub-género optaron por llamarla ‘cumbia peruana’ o (años después) ‘música tropical andina’, para esquivar así, la etiqueta de ‘chicheros’. Pero, para los cultores de los géneros criollo, rock y afrocaribeño, especialmente del procedente de Cuba que habían incluido en el repertorio de sus orquestas y sonoras, el ritmo de moda: la cumbia, —a pedido del público bailarín— el nombre que correspondía era ‘Chicha’... y para el pueblo también. Las gaitas y flautas aquí, eran desplazadas por las guitarras eléctricas; los tambores africanos, por el timbal y el bongó. Más adelante, la atención de los sociólogos redimiría a la Chicha, surgiendo incluso, una especie de orgullo ‘chichero’.
FOTO: Enrique Delgado, supo fusionar rock, cumbia, folklore, criollo y ritmos antillanos.