jueves, 5 de noviembre de 2009

Memo Rock

...Un domingo del ‘68, en el Club de Tenis de la Victoria, casi al final de la tarde y después de escuchar a uno de los grupos estables por esos días, hacer su versión de ‘In a gadda da vida’, un grupo de chicos y chicas revisaba con admiración un ejemplar de la edición mexicana de POP, la revista original europea. Una de ellas preguntó: “¿por qué, aquí no hacen también canciones propias y en español?” Al frente, otro grupo ayudaba a reincorporar a uno de los suyos que yacía a un lado de la pista de baile por exceso de ‘pepas’...

Siempre que se habla del frustrado proceso del rock local en los 60s, se recurre a la fácil vía de cargar la culpa “al recorte de libertades” del gobierno militar instalado en octubre del ’68. En otras latitudes, han sido precisamente las alteraciones al sistema o los excesos de éste, los que han producido el florecimiento de la mejor música. ¿Fue ésta la única causa o hubo otros motivos para su decaimiento?
Con el comprensible enojo de algunos músicos —muchos, buenos amigos— por las siguientes líneas, para responder a esa pregunta es necesario ejercer la siempre eficaz práctica de la autocrítica. Seguro que se encontrarán otras razones, además de las siempre recurridas, por las cuales el promisorio rock local de los sesentas no culminó un feliz desarrollo. Reconociendo, que hubo un escaso puñado de meritorias excepciones. He aquí sólo un esbozo:
No tuvo conexión ni compromiso. Desde sus orígenes, el contenido del rock (and roll) estuvo ligado a los jóvenes, a sus miedos, penas, alegrías, las vacaciones, el primer amor, la promoción del colegio, su debut sexual, etc. Chuck Berry, por ejemplo, le cantaba a eso y los teen norteamericanos se sentían interpretados por él. Se establecía así una estrecha conexión. El rock local de los 60s se basó en el versionismo —covers para los galicistas— y no supo ni pudo establecer esa conexión, porque no estuvo comprometido con los reales anhelos de los jóvenes locales. El trance socioeconómico de éstos era totalmente diferente.

Fue un negocio como cualquier otro, que quebró. Cuando se impuso el rock, como consecuencia de la beatlemania desatada en todo el mundo, las disqueras se apresuraron a fichar en sus registros a grupos de rock locales para explotar el nuevo negocio. Ya lo habían hecho sucesivamente con la música criolla (todas tenían sus tríos y solistas); la música tropical (todas tenían sus orquestas y sonoras) y, la nueva ola (todas tenían sus cantantes buenmozos). Les había ido más que bien y el nuevo negocio se mostraba apetitoso. Al fin, si la idea no funcionaba o el negocio se agotaba, ya vendría otro. La genialidad de los Beatles logró mantener al tope durante siete años ese negocio ¿Cuál sería el próximo?
Fue sólo producto de la moda. No es un secreto que la industria se vale del poder de los medios de comunicación para imponer gustos, crear costumbres y vendernos sus productos. La moda no es mala en sí. Lo malo es esa debilidad, de los latinos en general, para seguirla a ciegas, de no profundizar, de copiar sólo lo exterior. Con un análisis de sus raíces, quizás se podría hallar vasos comunicantes, que harían la adopción de ésta, consciente y por lo tanto productiva, creativa. La fachada, la envoltura no es lo importante. ¿La casa del Hippie?, Los metaleros de fin de semana... la moda es, pues, siempre efímera.
...En la recopilación del Rock Peruano editada por El Comercio, se encuentra una página en blanco con una línea que dice algo así como: “la letra de esta canción no ha podido ser ubicada”, uno se pregunta ¿qué letra? El muy querido ‘Loco Pacho’ Orué siempre cantó en un inglés ‘masticado’, es decir, cantaba ‘como en inglés’, en Pax cantó un poco a lo Osbourne, con otro tanto a lo Farner y un poquitín a lo Guillan...

El problema del idioma. El componer y cantar en inglés se constituyó en el impedimento, quizás el mayor, para que la música de la mayoría de aquellos grupos, alcance una mayor difusión. Claro, si no tengo nada qué decir e ignoro las necesidades de mi público; poco me importa que me entiendan. Es fácil comprender por qué los hijos de los migrantes —fenómeno que en esos años se incrementó— denominaron como ‘música loca’ al rock y otros géneros similares que no terminaban de entender. Ellos, luego empuñarían las guitarras eléctricas y timbaletas, la mayoría de producción artesanal, para crear ‘su’ música, esa misma que ahora, interpretada por Bareto tiene éxito masivo.
De todas estas debilidades, eran conscientes los productores discográficos locales que junto con algunos disc-jockeys ya habían adquirido experiencia al montar el modelo norteamericano de los ‘teen idols’, es decir, encumbrar a como dé lugar, a chicos bien parecidos de escasas condiciones vocales, llamado en nuestro medio ‘Nueva Ola’. Patrón que se impuso para ‘ablandar’ al rock’n’roll y se constituyó en la época más vergonzosa de la música pop norteamericana al descubrirse que se había construido en base a coimas (payola).
Esa fue la cuna, en la que empezó a crecer el rock local a partir del ’63. Por cierto, los temas arriba señalados permanecían, por entonces, ocultos para el público común. Pero los años 60s no sólo fueron rock, drogas y amor libre. A mediados de los 60s empezó a proliferar en libros, revistas y panfletos la publicación de estudios y artículos de psicólogos y sociólogos en los que se analizaba los medios de comunicación, la dependencia cultural, la alineación, la identidad cultural, etc. En 1968, el adolescente de 15 que en 1963 escuchó por primera vez ‘Love me do’ ya tenía 20 años y si no había leído mucho, había vivido lo suficiente y aquellos primitivos Beatles... habían e-vo-lu-cio-na-do.

Muchos acontecimientos se sucedieron y el país y la población cambio mucho. No sería, pues, coincidencia que algunos promotores de las matinales y fiestas de rock fueran luego los empresarios de las primeras fiestas de los grupos, de ese ensamble llamado 'Chicha', creado por los migrantes y marginales que ya lleva hasta tres revivals. Se concretó el rescate definitivo de la música afrodescendiente iniciada a mediados de los 50s. Se revaloró nuestro folklore y surgió la nueva canción Latinoamericana. Se produjo la tercera invasión afrocaribeña desde Nueva York con la Salsa. Los sonidos entonces eran otros, los oídos ya no eran los mismos, pero la canción... siguió sin escucharse.

Pero seguirán existiendo músicos, en el rock criollo, que piensen que el rock nada tiene que ver con la creación y la originalidad, y sólo ansíen ser como ese bronceado surfer californiano o aquel rockstar londinense. Porque el rock local, como se ha visto, tiene mucho de criollada.
Que fueron 'días felices' y 'años maravillosos' en nuestras vidas eso es verdad, y los disfrutamos como locos. Pero al cabo de casi cuarenta años, es necesario reconocer errores y carencias propias, por ejemplo, dejar de seguir creyendo que los músicos de aquella época, se quedaron sin base y fundamento, en el preciso momento que deportaron a Carlos Santana. El adolescente que hoy, en algún lugar, con una guitarra acústica entre las manos crea canciones en su cuarto... no se la cree.
Felizmente, siempre hubo, hay y habrá, aunque aisladas y escasas; meritorias y honrosas excepciones: músicos dispuestos a dedicar y a mostrar su arte verdaderamente libre y creativo a audiencias masivas y no sólo a elites determinadas, porque hoy, hacer esto último, es desconocer los cambios y el carácter multicultural de este país.
Arriba: Saicos, Los Yorks, El Polen; Al centro: Traffic Sound, Telegraph Av., Laghonia - WAT; Abajo: Gerardo Manuel, Tarkus, Pax.
Sobre el mismo tema:

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Cuando el rock & roll llegó a Lima II

Guitarras y Guitarristas
Ser músico era un asunto de mayores. Los niños varones usaban pantalón corto hasta los catorce años (como Kiko o el Chavo del ocho), en algunos casos hasta más.
Las orquestas de entonces animaban las fiestas sociales en clubs, hoteles, grandes residencias y night clubs; tenían el formato de las big bands de jazz (como la gran banda de Jean Pierre Magnet) y estaban conformadas por piano, bajo, batería y guitarra; cuatro saxofones; dos trompetas y un trombón de vara; un vocalista. Se pueden mencionar a las grandes orquestas de Andrés de Colbert, Carlos Pickling, The Swing Maker Band, Carlos Noya, Richard Baris, Freddy Roland y las sonoras de Lucho Macedo, Ñico Estrada y Koki Palacios. La mayor parte del repertorio era de música afrocaribeña pero también incluían piezas de fox trot, música criolla, tango y terminaban la fiesta, tocando una marinera y un huayno.
No era común que los jóvenes aprendieran a tocar guitarra, lo normal era más bien que estudiaran piano o ballet. Pero, algunos profesores afrodescendientes dictaban clases particulares de guitarra y marinera a algunas señoritas —a señoritos también— de la clase pudiente, pues como extravagancia aristocrática, el dominio de esas artes daba “distinción”.

En aquella época, según Cesar Santa Cruz*, “uno de los ‘riesgos del oficio’ era ser censurado como persona sin ocupación conocida (sin oficio ni beneficio, según expresión usual en ese entonces) cuya vida discurría de jarana en jarana (…) Otro riesgo era ser conocido como cantor o músico de casas de jarana o prostíbulos. (…) Nadie se arriesgaba a caminar llevando al brazo una guitarra u otro instrumento de cuerda durante las horas laborables del día, pues era exponerse a ser tildado de ‘jaranista’ (…). Los padres de familia —continúa el maestro Santa Cruz— se oponían a que sus hijos estudiasen la guitarra, en primer lugar por temor a que se convirtieran en ‘jaranistas’; en segundo lugar porque la T.B.C. era el flagelo de los trasnochadores limeños y la humedad característica del clima favorecía la posibilidad de contagio”.
Los comentarios corresponden a la década de los 40, pero como se sabe, antes de la llegada del rock’n’roll y de la televisión, todo había permanecido inmóvil. Fueron los músicos profesionales de las grandes orquestas y aficionados al jazz, los primeros en tocar las guitarras eléctricas en Lima, cuando éstas empezaron a importarse, y fueron esos músicos profesionales los que hicieron las primeras interpretaciones de rock’n’roll en las fiestas y grabaciones.

La inspiración de los primeros rockers locales y la afición hacia la guitarra surge después de la exhibición de “Semilla de Maldad” (The Blackboard Jungle, 1955) y “Al compás del reloj” (Rock around the clock, 1956). Quizás, la imagen obesa de Bill Haley no fue, de lo más inspiradora, pero al difundirse la música y fotos de rockers como Carl Perkins, Elvis Presley, Gene Vincent y el mismo Buddy Holly, rasgando una guitarra, la visión empezó a ser otra. Todos querían tocar la guitarra y ser un rocker. La imagen y actitud de los personajes representados en los films por Marlon Brando (Salvaje, 1953) y James Dean (Rebelde sin causa, 1955), también influyeron significativamente.

(*) El Waltz y el valse criollo, Lima, 1989.

Arriba: Gene Vincent, Elvis Presley, Eddie Cochran, popularizaron la guitarra entre los jóvenes.

Al centro: Afiches de las películas 'Salvaje' y 'Rebelde sin causa'.

martes, 3 de noviembre de 2009

Para "demoler" el olvido

Escarbando el pasado


El movimiento de rock desarrollado en el Perú en el periodo comprendido entre mediados de la década de 1960 hasta la primera mitad de la década de 1970, nunca logró el reconocimiento de algún sector de los llamados “oficiales”; desde ningún punto de vista.
Después de más de cuarenta años y luego de la reedición en formato de CD, de los discos de los grupos más representativos de aquella época, parece que ese reclamado tributo que ya había adquirido el carácter de urgente, justo y necesario; se ha concretado.
Carlos Torres Rotondo en las páginas de “DEMOLER”, a través de las historias de una veintena de grupos y de los solistas Miguel Ángel Ruiz, “Zulú” y Jean Paul “El Troglodita”; hilvanadas a partir de entrevistas a los actores mismos, nos sumerge en su “viaje personal por la primera escena del rock en el Perú, 1957-1975”. Excelente trabajo.
“Demoler” de Carlos Torres R. no sólo será apreciada como una guía por las nuevas generaciones de aficionados al añejo rock local, sino que por su inmenso valor documental se convierte desde ahora, en lectura imprescindible antes de emprender futuros trabajos acerca de este tema.
Quizás, coincida con algunos lectores en —y como única queja—el no haber encontrado algunas líneas con la opinión de los músicos o, sobre la ideología de éstos, acerca de esa “rebelión juvenil a escala global” o sobre la “contracultura en la región” a las que se refiere el texto de la contratapa.

“DEMOLER, Un viaje personal por la primera escena del rock en el Perú, 1957-1975”, Carlos Torres Rotondo (2009) Lima, Revuelta Editores, 279 páginas.

Fin de un viaje fantástico

El enemigo silencioso

Hace algún tiempo, un cantante sobreviviente de la más antigua y mejor época criolla declaró para un diario: “eso de las jaranas de siete días y las encerronas con guitarras, pisco y cajón son puras mentiras inventadas por los escritores que no tuvieron imaginación”. En otra ocasión un músico de rock de los años 60, dos décadas después, en una entrevista dijo: “en la época de mayor éxito, en nuestro grupo nunca consumimos drogas”. ¿Se quiere tapar el sol con un dedo o todos somos chicos buenos? Ya sabemos que siempre hubo y hay juergueros desmedidos, como también hubo y hay, gente tranquila y “zanahoria”. Pero, más bien, hay temas de los que la gente prefiere no hablar.
En los primeros años sesenta (antes de los Beatles) ya se consumía en Lima los fármacos, en especial derivados de la anfetamina y otros como el Mandrax que fue muy popular entre los años 64-65, se hablaba mucho de la marihuana pero era difícil hallarla. Después de lanzados los Lps. “Rubber Soul” y “Revólver” de los Beatles, es que se hace visible,
su circulación.
En el año 66 durante el gobierno del Fernando Belaúnde hubo una continua “caza de pelucones” por parte de la policía en la plaza San Martín, el Parque Universitario y otros puntos de la ciudad. Un domingo, sorpresivamente, el “caimán” (camión de la policía) en plena fiesta se cuadro en retroceso bloqueando la puerta del Embassy. Todos los asistentes fueron conducidos a la comisaría de la avenida Alfonso Ugarte. Por entonces, las matinales y fiestas se veían cubiertas repentinamente de una leve neblina con aroma a cannabis (y no era precisamente el nombre de un nuevo perfume). La mayoría de asistentes estaban “chinos” y las ventas de colirio en las farmacias habían subido.
Alrededor de 1967, estuvo de moda en Lima, la aspiración de éter que era el mismo chisguete usado años antes en las fiestas de carnaval, y ahora mismo, lo usan en el fútbol para calmar el dolor de las lesiones. Luego, llegó el LSD pero al haber abundante “grass” y alcance de todos fueron muy pocos, al principio, los que se atrevieron a dar el paso hacia “la experiencia”. Para 1970, no sólo fumar “macoña” era común, sino también, el comercializar las drogas. Todo ocurría tan rápido y estaba fuera de control, que los problemas pronto llegaron. Muchos se quedaron “pegados al techo”, en el decir de la época.
Se supone que una de las “libertades conculcadas”, reclamadas a los militares, estaba relacionada con este tema. El asunto era serio y había que ponerle freno. Urgente.
Hoy, en cualquier barrio limeño, la gente puede testimoniar acerca de algún joven, hijo de una familia vecina, que en aquel tiempo, tuvo graves problemas. Muchos tuvieron que someterse a largos tratamientos, y otro tanto, se vieron privados de su libertad. Para fines del 73 fue común ver a algunos “patitas” del barrio deambular desaseados y completamente idos por calles del distrito. Los que tuvieron posibilidades fueron enviados al extranjero para alejarlos de “las malas compañías”, otros optaron a pasear voluntariamente, ante la posibilidad de verse, obligados a pasar unas frias vacaciones en “Canadá”.