Siempre que se habla del frustrado proceso del rock local en los 60s, se recurre a la fácil vía de cargar la culpa “al recorte de libertades” del gobierno militar instalado en octubre del ’68. En otras latitudes, han sido precisamente las alteraciones al sistema o los excesos de éste, los que han producido el florecimiento de la mejor música. ¿Fue ésta la única causa o hubo otros motivos para su decaimiento?
Con el comprensible enojo de algunos músicos —muchos, buenos amigos— por las siguientes líneas, para responder a esa pregunta es necesario ejercer la siempre eficaz práctica de la autocrítica. Seguro que se encontrarán otras razones, además de las siempre recurridas, por las cuales el promisorio rock local de los sesentas no culminó un feliz desarrollo. Reconociendo, que hubo un escaso puñado de meritorias excepciones. He aquí sólo un esbozo:
No tuvo conexión ni compromiso. Desde sus orígenes, el contenido del rock (and roll) estuvo ligado a los jóvenes, a sus miedos, penas, alegrías, las vacaciones, el primer amor, la promoción del colegio, su debut sexual, etc. Chuck Berry, por ejemplo, le cantaba a eso y los teen norteamericanos se sentían interpretados por él. Se establecía así una estrecha conexión. El rock local de los 60s se basó en el versionismo —covers para los galicistas— y no supo ni pudo establecer esa conexión, porque no estuvo comprometido con los reales anhelos de los jóvenes locales. El trance socioeconómico de éstos era totalmente diferente.
Fue sólo producto de la moda. No es un secreto que la industria se vale del poder de los medios de comunicación para imponer gustos, crear costumbres y vendernos sus productos. La moda no es mala en sí. Lo malo es esa debilidad, de los latinos en general, para seguirla a ciegas, de no profundizar, de copiar sólo lo exterior. Con un análisis de sus raíces, quizás se podría hallar vasos comunicantes, que harían la adopción de ésta, consciente y por lo tanto productiva, creativa. La fachada, la envoltura no es lo importante. ¿La casa del Hippie?, Los metaleros de fin de semana... la moda es, pues, siempre efímera.
...En la recopilación del Rock Peruano editada por El Comercio, se encuentra una página en blanco con una línea que dice algo así como: “la letra de esta canción no ha podido ser ubicada”, uno se pregunta ¿qué letra? El muy querido ‘Loco Pacho’ Orué siempre cantó en un inglés ‘masticado’, es decir, cantaba ‘como en inglés’, en Pax cantó un poco a lo Osbourne, con otro tanto a lo Farner y un poquitín a lo Guillan...
El problema del idioma. El componer y cantar en inglés se constituyó en el impedimento, quizás el mayor, para que la música de la mayoría de aquellos grupos, alcance una mayor difusión. Claro, si no tengo nada qué decir e ignoro las necesidades de mi público; poco me importa que me entiendan. Es fácil comprender por qué los hijos de los migrantes —fenómeno que en esos años se incrementó— denominaron como ‘música loca’ al rock y otros géneros similares que no terminaban de entender. Ellos, luego empuñarían las guitarras eléctricas y timbaletas, la mayoría de producción artesanal, para crear ‘su’ música, esa misma que ahora, interpretada por Bareto tiene éxito masivo.
De todas estas debilidades, eran conscientes los productores discográficos locales que junto con algunos disc-jockeys ya habían adquirido experiencia al montar el modelo norteamericano de los ‘teen idols’, es decir, encumbrar a como dé lugar, a chicos bien parecidos de escasas condiciones vocales, llamado en nuestro medio ‘Nueva Ola’. Patrón que se impuso para ‘ablandar’ al rock’n’roll y se constituyó en la época más vergonzosa de la música pop norteamericana al descubrirse que se había construido en base a coimas (payola).
Esa fue la cuna, en la que empezó a crecer el rock local a partir del ’63. Por cierto, los temas arriba señalados permanecían, por entonces, ocultos para el público común. Pero los años 60s no sólo fueron rock, drogas y amor libre. A mediados de los 60s empezó a proliferar en libros, revistas y panfletos la publicación de estudios y artículos de psicólogos y sociólogos en los que se analizaba los medios de comunicación, la dependencia cultural, la alineación, la identidad cultural, etc. En 1968, el adolescente de 15 que en 1963 escuchó por primera vez ‘Love me do’ ya tenía 20 años y si no había leído mucho, había vivido lo suficiente y aquellos primitivos Beatles... habían e-vo-lu-cio-na-do.
Muchos acontecimientos se sucedieron y el país y la población cambio mucho. No sería, pues, coincidencia que algunos promotores de las matinales y fiestas de rock fueran luego los empresarios de las primeras fiestas de los grupos, de ese ensamble llamado 'Chicha', creado por los migrantes y marginales que ya lleva hasta tres revivals. Se concretó el rescate definitivo de la música afrodescendiente iniciada a mediados de los 50s. Se revaloró nuestro folklore y surgió la nueva canción Latinoamericana. Se produjo la tercera invasión afrocaribeña desde Nueva York con la Salsa. Los sonidos entonces eran otros, los oídos ya no eran los mismos, pero la canción... siguió sin escucharse.
Que fueron 'días felices' y 'años maravillosos' en nuestras vidas eso es verdad, y los disfrutamos como locos. Pero al cabo de casi cuarenta años, es necesario reconocer errores y carencias propias, por ejemplo, dejar de seguir creyendo que los músicos de aquella época, se quedaron sin base y fundamento, en el preciso momento que deportaron a Carlos Santana. El adolescente que hoy, en algún lugar, con una guitarra acústica entre las manos crea canciones en su cuarto... no se la cree.
Felizmente, siempre hubo, hay y habrá, aunque aisladas y escasas; meritorias y honrosas excepciones: músicos dispuestos a dedicar y a mostrar su arte verdaderamente libre y creativo a audiencias masivas y no sólo a elites determinadas, porque hoy, hacer esto último, es desconocer los cambios y el carácter multicultural de este país.