Desde hace un buen tiempo las palabras como homenaje, aniversario, tributo y reconocimiento; usadas indiscriminadamente en los títulos de eventos musicales, han perdido credibilidad. Hoy, que se habla mucho —exageradamente diría— sobre el merecido reconocimiento del rock peruano de los 60-70, cabe la posibilidad de considerar por lo menos, la existencia de otras razones o motivaciones además del sincero reconocimiento que explicarían la repentina y entusiasta promoción del gusto por lo antiguo.
Mucho se ha escrito, y estoy de acuerdo, sobre que las naciones construyen su futuro en base a una revisión crítica de su historia y de las obras de sus antepasados, y en parte, esa revisión sólo es posible para las nuevas generaciones, con la reedición adecuada y oportuna de dichas obras, sean estas literarias, musicales o de otra índole.
El Estado casi nunca o nunca ha sido un buen promotor de esta actividad. En nuestro medio, han sido las empresas privadas, universidades, medios de comunicación o productores independientes los que han hecho posible la edición de parte de ese tesoro. En otras latitudes existen grandes empresas o sellos especializados en esta labor constituyéndose en un lucrativo negocio como cualquier otro.
Todo está bien hasta allí. Pero ¿quién edita? ¿Qué reeditar? ¿Quién compila? ¿Con qué criterio? ¿En confiable la información incluida? ¿Cuál es su procedencia u origen? ¿Qué significación, importancia o valor tuvo en su época? Son preguntas que habría que tener en cuenta cada vez que nos pongan al frente un nuevo producto hecho para satisfacer esa especie de paleomanía desatada.
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* Lloréns Amico, José Antonio (1983) Música Popular en Lima: Criollos y Andinos, IEP, Lima

El Estado casi nunca o nunca ha sido un buen promotor de esta actividad. En nuestro medio, han sido las empresas privadas, universidades, medios de comunicación o productores independientes los que han hecho posible la edición de parte de ese tesoro. En otras latitudes existen grandes empresas o sellos especializados en esta labor constituyéndose en un lucrativo negocio como cualquier otro.
Todo está bien hasta allí. Pero ¿quién edita? ¿Qué reeditar? ¿Quién compila? ¿Con qué criterio? ¿En confiable la información incluida? ¿Cuál es su procedencia u origen? ¿Qué significación, importancia o valor tuvo en su época? Son preguntas que habría que tener en cuenta cada vez que nos pongan al frente un nuevo producto hecho para satisfacer esa especie de paleomanía desatada.
Desde otro enfoque, —y con la venia de los psicólogos—el amor descontrolado por objetos del pasado y su posesión sin asumir un análisis del contexto en que fueron creados se vería reducido a un simple caso de fetichismo o disconformidad con la definición alcanzada de una estética personal o la del mundo presente. Y, no sería temerario considerarlo como una acción de rebeldía —una más— contra la vorágine tecnológica, como una evocación a nuestro primitivismo expresada en un regreso a lo natural (el sótano, el antiguo baúl), al lado de la madera, el polvo y el olor a guardado. ¿Sustituto de una carencia? ¿Evasión?
Lo que es de temer es la desinformación irresponsable, el inventar mitos e historias y hacerlas creer como ciertas. El rock no necesita de recetas futboleras como la de vivir pegado a éxitos del pasado como “México 70”. Existieron grandes músicos, muy buenos grupos y se grabaron excelentes discos pero se vendieron poco y, el músico y su obra llegaron a una audiencia limitada. Cierto, en los años 60-70 el género que más discos vendió a nivel nacional fue la música andina comercial (*), con artistas como la Pastorita Huaracina y el Jilguero del Huascarán seguidos
por la Flor Pucarina, el Picaflor de los Andes y Luis Abanto Morales. No fue el rock.
El tributo más valioso para un artista es el que recibe de parte del público en sus actuaciones. Ese sentimiento mezcla de devoción-fidelidad que los músicos perciben en cada fiesta, concierto o local lleno de gente que los admira y aplaude en ese momento, no en otro, no tiene substituto alguno y los músicos de rock de los 60-70 lo recibieron así. Por eso, ahora, cualquier intento en ese sentido cuando media considerable espacio de tiempo, y a veces de distancia, se torna en un evento de dudosa sinceridad.
Soy un convencido que en las décadas de 1980, 1990 y 2000-09 se ha hecho también muy buena música ¿Vamos a esperar 40 años más para dar “un reconocimiento” al “olvidado rock nacional”; para comprar y escuchar “el mejor rock de Sudamérica”, para hablar y escribir acerca de él? ¡¡Disfrutémoslo hoy!!
Damas y caballeros, con todo respeto: Está bien culantro, pero no tanto.

El tributo más valioso para un artista es el que recibe de parte del público en sus actuaciones. Ese sentimiento mezcla de devoción-fidelidad que los músicos perciben en cada fiesta, concierto o local lleno de gente que los admira y aplaude en ese momento, no en otro, no tiene substituto alguno y los músicos de rock de los 60-70 lo recibieron así. Por eso, ahora, cualquier intento en ese sentido cuando media considerable espacio de tiempo, y a veces de distancia, se torna en un evento de dudosa sinceridad.
Soy un convencido que en las décadas de 1980, 1990 y 2000-09 se ha hecho también muy buena música ¿Vamos a esperar 40 años más para dar “un reconocimiento” al “olvidado rock nacional”; para comprar y escuchar “el mejor rock de Sudamérica”, para hablar y escribir acerca de él? ¡¡Disfrutémoslo hoy!!
Damas y caballeros, con todo respeto: Está bien culantro, pero no tanto.
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* Lloréns Amico, José Antonio (1983) Música Popular en Lima: Criollos y Andinos, IEP, Lima