viernes, 18 de diciembre de 2009

En busca del tesoro

Desde hace un buen tiempo las palabras como homenaje, aniversario, tributo y reconocimiento; usadas indiscriminadamente en los títulos de eventos musicales, han perdido credibilidad. Hoy, que se habla mucho —exageradamente diría— sobre el merecido reconocimiento del rock peruano de los 60-70, cabe la posibilidad de considerar por lo menos, la existencia de otras razones o motivaciones además del sincero reconocimiento que explicarían la repentina y entusiasta promoción del gusto por lo antiguo. Mucho se ha escrito, y estoy de acuerdo, sobre que las naciones construyen su futuro en base a una revisión crítica de su historia y de las obras de sus antepasados, y en parte, esa revisión sólo es posible para las nuevas generaciones, con la reedición adecuada y oportuna de dichas obras, sean estas literarias, musicales o de otra índole.
El Estado casi nunca o nunca ha sido un buen promotor de esta actividad. En nuestro medio, han sido las empresas privadas, universidades, medios de comunicación o productores independientes los que han hecho posible la edición de parte de ese tesoro. En otras latitudes existen grandes empresas o sellos especializados en esta labor constituyéndose en un lucrativo negocio como cualquier otro.
Todo está bien hasta allí. Pero ¿quién edita? ¿Qué reeditar? ¿Quién compila? ¿Con qué criterio? ¿En confiable la información incluida? ¿Cuál es su procedencia u origen? ¿Qué significación, importancia o valor tuvo en su época? Son preguntas que habría que tener en cuenta cada vez que nos pongan al frente un nuevo producto hecho para satisfacer esa especie de paleomanía desatada.

Desde otro enfoque, —y con la venia de los psicólogos—el amor descontrolado por objetos del pasado y su posesión sin asumir un análisis del contexto en que fueron creados se vería reducido a un simple caso de fetichismo o disconformidad con la definición alcanzada de una estética personal o la del mundo presente. Y, no sería temerario considerarlo como una acción de rebeldía —una más— contra la vorágine tecnológica, como una evocación a nuestro primitivismo expresada en un regreso a lo natural (el sótano, el antiguo baúl), al lado de la madera, el polvo y el olor a guardado. ¿Sustituto de una carencia? ¿Evasión?

Lo que es de temer es la desinformación irresponsable, el inventar mitos e historias y hacerlas creer como ciertas. El rock no necesita de recetas futboleras como la de vivir pegado a éxitos del pasado como “México 70”. Existieron grandes músicos, muy buenos grupos y se grabaron excelentes discos pero se vendieron poco y, el músico y su obra llegaron a una audiencia limitada. Cierto, en los años 60-70 el género que más discos vendió a nivel nacional fue la música andina comercial (*), con artistas como la Pastorita Huaracina y el Jilguero del Huascarán seguidos por la Flor Pucarina, el Picaflor de los Andes y Luis Abanto Morales. No fue el rock.
El tributo más valioso para un artista es el que recibe de parte del público en sus actuaciones. Ese sentimiento mezcla de devoción-fidelidad que los músicos perciben en cada fiesta, concierto o local lleno de gente que los admira y aplaude en ese momento, no en otro, no tiene substituto alguno y los músicos de rock de los 60-70 lo recibieron así. Por eso, ahora, cualquier intento en ese sentido cuando media considerable espacio de tiempo, y a veces de distancia, se torna en un evento de dudosa sinceridad.
Soy un convencido que en las décadas de 1980, 1990 y 2000-09 se ha hecho también muy buena música ¿Vamos a esperar 40 años más para dar “un reconocimiento” al “olvidado rock nacional”; para comprar y escuchar “el mejor rock de Sudamérica”, para hablar y escribir acerca de él? ¡¡Disfrutémoslo hoy!!
Damas y caballeros, con todo respeto: Está bien culantro, pero no tanto.


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* Lloréns Amico, José Antonio (1983) Música Popular en Lima: Criollos y Andinos, IEP, Lima

lunes, 14 de diciembre de 2009

Cuero y metal en Lima

No se puede negar que al hablar de hard rock o heavy metal en el Lima, lo primero que llega a nuestra mente son los nombres de las bandas Pax y Tarkus. Es cierto, ambos grupos fueron pioneros del genero en nuestro medio. Pax fue el primer grupo nacional que logró grabar todo un Lp. de rock pesado, en inglés, que como se sabe, encontraba resistencia y hasta oposición en las disqueras y estaciones de radio locales. Por su parte Tarkus, el grupo peruano-argentino, fue el primero en grabar heavy rock con letras en español.
El rock duro, desde la época de la primera “invasión inglesa” había conquistado buen número de adeptos en nuestro medio, los que tenían como grupos preferidos a los Kinks, los Who y los Yardbirds y, marcaban su antagonismo con los que preferían la armonía vocal y el sonido blando de los grupos de soft rock. Después de 1965 (Satisfaction, Rolling Stones; My Generation, Who), se empieza a notar un desfase de especialización en la mayoría de los disc-jockeys del medio. Ya no se trataba sólo de escoger canciones bonitas para los jóvenes. Una riquísima avalancha de nuevos sonidos era ignorada y, los programas estaban copados por Mamas & the Papas, Monkees y Nancy Sinatra. Gracias a esas raras excepciones, pudimos deleitarnos con el sonido de guitarras de los Byrds y la agresividad Wild Thing de Troggs
Desde entonces, como hoy, músicos de rock y oyentes buscaron fuentes alternativas para proveerse de discos que no se editaban en el medio o las emisoras locales no difundían. A fines de 1967, en una fiesta en la Victoria, un grupo desconocido toco un tema desconocido en forma sencillamente espectacular. Todos los asistentes, extraños (a la rica Vicky), quedamos maravillados. La gente del barrio lo tomó como habitual. El tema nos sonaba conocido pero esa noche no lo pudimos identificar. Algunas semanas después, en el Embassy, el grupo los Zany’s estrenaba con orgullo una caja de efectos, interpretando temas de Jimi Hendrix y Cream, en una fiesta donde reinó el wah-wah bajo una lluvia de luces psicodélicas y entre los chorros de sudor en las paredes del otrora aristocrático club nocturno.
Por esos días, un amigo vino de Marcona (su padre trabajaba en la mina con los ingenieros norteamericanos) y trajo como siempre novedades discográficas: El primer lp de Vanilla Fudge y el Disraeli Gears de Cream. De prisa, conseguimos un equipo y al repasar una y otra vez cada vinilo, ubicamos el misterioso tema, ese, de aquella noche en la Victoria: You Keep Me Hangin’ On (Supremes, ’66) por Vanilla Fudge. El grupo de “la rica Vicky”, que nos dejó impresionados con su interpretación, había sido nada menos que la mítica “Nueva Cosecha”.
El ’68 fue un año decisivo para los aficionados del hard rock, aquí y en todo el mundo, pues se pudo escuchar temas como Sunshine Of Your Love de Cream, All Along The Watchtower, de Jimi Hendrix, Hush de Deep Purple, Born To Be Wild de Steppenwolf y el definitivo In A Gadda Da Vida de Iron Butterfly entre otros, todos, en un mismo año. Por ese tiempo una nueva generación de disc-jockeys incursionó en la radio local, en la que destacaron, entre otros: David León, Pepe Manucci, Quique Valle..., los que permitieron a los oyentes apreciar gran parte de los nuevos sonidos, “silenciados”, por los programas conservadores. Una muestra de esas joyas: Summertime Blues del excepcional grupo de Dick Peterson, Blue Cheer, entre muchas otras de la llamada por entonces, música “subterránea”.
Debe mencionarse, que en aquella época, en cada distrito, urbanización o barrio existía un grupo de rock, muchas veces más de uno; con buenos instrumentistas y un repertorio al día, tanto así, que enviaron al descanso a la elegante radiola de papá pues la fiesta de los jóvenes tenía que ser con conjunto de rock (y luces psicodélicas). Si duda, siempre, estos grupos de barrio “que nunca grabaron un sencillo ni cobraron un ripio”, son los que más grabados quedan, en la mente de los seres vivientes. Sólo tres nombres para el recuerdo: Dr. Wheat, Stone Free Co. y Beautiful Day.
Retomando el tema, cabe decir aquí, que el grueso de seguidores del heavy rock en Lima fue reclutado después de la difusión de Whole Lotta Love, de Led Zeppelin, casi a fines de ’69 en una inusitada campaña de difusión, sólo superada por la de In a Gadda da Vida (el video de Iron Butterfly lo pasaban completito hasta en la hora del almuerzo). Mientras tanto la gente, “la mancha heavy” se esforzaba en conseguir los discos recurriendo a cualquier opción por dislocada que pareciera. Los marinos mercantes europeos en el Callao, por ejemplo, se emocionaban al intercambiar sus vinilos casi nuevos o nuevos por ropa interior blanca y nueva (sí, calzoncillos) de algodón pima peruano que ellos vendían en Europa. “Hum… abrigo de pieles para mis pobres genitales… hum” –decía el gringo asegurando que no eran para venderlos. Después se supo que también llevaban para sus chicas baby-dolls rojos, que eran un lujo casi inalcanzable allá.
Fue de esta manera que empezaron a circular los primeros lp, de Deep Purple y Black Sabbath y en 1970, los primeros metaleros limeños ya tarareaban Paranoid y Black Night. El género se siguió definiendo en forma progresiva, pero aquí en Lima, la edición de un disco insignia, se constituyó en una imaginaria acta de instalación del heavy metal local: una recopilación de los grupos de “Vértigo”, el sello inglés que apostó por el rock pesado (obra de la diligente gestión, del amigo de siempre, Gerardo Rojas). A partir de allí, mientras Grand Funk y Free sonaban en los barrios, cada vez más fuerte, a través de Cookin Morning o Elemental Music Group, en las calles los cabellos, cada día más largos, flotaron libres al viento.
Diseño afiches: Antonio Ruiz F.