…Un grupo de niños con diferentes rasgos, un conjunto de rostros alegres, provenientes de diversas culturas; como una foto sacada de un especial de National Geographic. Los Huamán, Siu, Martinich, Charún, Sakimi, Quispe, Loo, Micheline, Reyes, Arakaki, Tupac, Chong, Polack, Uribe, Tanaka… todos juntos estudiamos, jugamos, despertamos y aprendimos a dar los primeros pasos en la vida, como era usual por entonces, en la escuela primaria…
La beatlemanía provocó la formación de muchos conjuntos en todas las ciudades del mundo y en Lima, después de las experiencias de los primeros grupos que se inclinaron más a la nueva ola, los conjuntos vocales, la música surf e instrumental; empezaron a formarse los primeros conjuntos de rock propiamente dicho, aunque todavía se aceptaba el término pop: la influencia de Bob Dylan “empujó al pop hacia su segunda fase y le cerró el paso al rock and roll” (1). Con los Beatles en el tope, todavía siguió predominando en el público limeño el gusto por la balada y artistas como Leonardo Favio y Roberto Carlos.
Es a partir de la “primera invasión inglesa”, que permitió conocer una variedad infinita de estilos y sonidos, cuando se acrecienta el interés por formar bandas. Es así que empiezan aparecer en todos los distritos limeños, conjuntos que ya mostraban su preferencia por un determinado estilo. Uno de esos grupos fueron Los York’s. Ese interés, estuvo marcado por ciertos factores: mientras que en los barrios pudientes gustaban de la música surf y tuvieron a la mano la información al día y los recursos técnicos; en los barrios populares preferían el rock duro, el sentir interpretativo y se tuvo que recurrir a la creatividad para suplir la falta de información y los escasos recursos técnicos: pronto en Jr. Paruro, los artistas del ‘pichicateo’(2), empezarían a construir las primeras grandes cajas acústicas que se usaron en las matinales, también guitarras eléctricas y amplificadores, luego vendrían los efectos artesanales o de la reconocida tecnología TIIP (técnica informal del ingenio peruano).
Además de ser capaces de montar un espectáculo de rock atractivo, potente y provocativo, Los York’s fueron el grupo que supo acertar con los ingredientes musicales, que el público joven de entonces (1966) deseaba ver reunidos en un acto, porque los miembros del grupo, tenían los gustos de un fan común y corriente. Después de “Ruber Soul” y “Revolver” de los Beatles, el fan informado sabía (siempre encuentra la forma de estarlo) que existían grupos como Blues Magoos, Troggs, Pretty Things, The Seeds, The Zombies, Count Five, Electric Prunes, Them…(3) además, de los conocidos Kinks, Who, Animals, Yardbirds y Dave Clark Five, pero el disfrute de esos sonidos y estilos era frustrado por la no publicación y difusión de ese material en nuestro medio.
Es decir, Los York’s ante las expectativas de los fans que casi siempre difieren de los mandatos de las disqueras y la radio surgieron en el momento preciso como un paliativo, para esa carencia, pero con efectos que nadie pudo predecir. Pero existe otro factor, quizá el más importante. Hablando de ingredientes y reuniones, además de representar sobre el escenario el frenetismo, la rebeldía y el descaro de aquellos jóvenes, Los York’s reflejaron tal vez —a diferencia de similares intentos— la imagen, cada vez más dibujada, de nuestra ahora tan mentada multiculturalidad y allí, residió quizá, el verdadero motivo de su amplia llegada a sectores populares de todo el país, más que en el número de patadas y roturas en cada concierto.
Tuve la oportunidad de ver a los York’s en sus inicios (‘67) cuando por la radio se anunció la inauguración del club “La Caverna” en el sótano del edificio de la esquina de Carabaya y Puno en el centro de Lima. A la entrada en la vitrina del local (antes había sido un night-club) se destacaba al lado de una foto de Los York’s, su 45 rpm “Vete al infierno” que ya sonaba en la radio (4); y en el interior, las paredes y el techo habían sido convenientemente decorados con textura rocosa y estalactitas incluidas. El grupo lo conformaban Román Palacios en la primera guitarra, Walter Paz en la segunda guitarra, Pepe Olivera en el bajo, Pablo Luna, vocalista y Pacho Aguilar en los tambores. La mancha habitual en los eventos rock concurrió en pleno y pudo disfrutar de un grupo simple, rudo, pero franco y que ya mostraba rasgos de su desfachatez. Todas las veces que pude concurrir, los asistentes rebasaron la capacidad del club y muchos quedaron afuera. Más adelante, ya con Jesús Vílchez en el bajo se fueron convirtiendo en infaltables en cada matinal.
“…En muchos casos, las chicas asistían a las matinales en compañía de un familiar —el cine era el lugar ideal para una cita con el enamorado no consentido—. La visión de la película transcurrió con normalidad hasta casi la mitad de la misma, cuando empezaron a silbar y golpear con los pies en mezanine para que corten la película y empiece el show, lo que finalmente ocurrió. El ambiente se notaba algo caldeado y empezaron, con visible prisa, a desfilar uno a uno los conjuntos hasta que les llegó el turno a Los York’s. Ya por la segunda canción, el cine estaba convertido en un loquerío. El público se había volcado al pie del escenario para bailar. A mi izquierda dos chicos con pinta de debutantes se habían puesto de pie sin atinar siquiera a menearse y miraban boquiabiertos el violento accionar del grupo con un Pablo Luna que señalando un sector de la platea gritaba:
—¡Mira tu! Provocando que las adolescentes ubicadas en ese punto lanzaran ensordecedores chillidos.
—¡Siéntate! Le dice a su hija, la señora de la fila de adelante tapándole la boca a la vez que la jala hacia la butaca; voltea y toma de la cintura a la amiga de su hija que mueve con violencia la cabeza revoloteando sus cabellos —¡Sien-ta-te!—, repite.
—¡Mira tu!
Arriba, recorriendo el escenario, el vocalista sigue hurgando al público con un dedo acusador, amenazándolo, retándolo; mientras el quinteto en pleno, retroalimentado por el ardor de la audiencia acelera la acción como deseando precipitar el clímax. A mi derecha, dos chicas entre asustadas y molestas encaran a sus enamorados que abstraídos por la música se contornean obscenamente:
—¡Ustedes no nos dijeron que era así!
En la fila de adelante la señora resignada ante el fracaso en sus intentos por calmar a las niñas, decide sentarse y cruzada de brazos se limita a ver horrorizada —negándose a creerlo— cómo en los pasillos, chicos y chicas, van cayendo presas de la ‘enfermedad’ y… ante los graves problemas de visibilidad tengo que ingeniármela para llegar adelante y no perderme lo mejor… el final…” (5).
En las calles de Lima, en la comunicación entre los jóvenes, especialmente de los barrios llamados populosos y en un territorio amplio que comprendía a las unidades vecinales y barrios obreros de toda la capital, los jóvenes fueron creando una jerga que se fue difundiendo a través de los colegios, matinales, fiestas y clanes pero fundamentalmente, en la esquina del barrio. En un principio Los York’s y los Shain’s fueron los representantes de la “enfermedad” y el “ritmazo” respectivamente; términos creados por los fans para definir el estilo de estos grupos en los que encontraban cierta afinidad con el sonido de los grupos ingleses y del garage norteamericano, antes mencionados, que tanto les gustaban (6) y, para diferenciarlo de la otra música, la ‘fresa’ que les gustaba a los ‘farucos’ (monses, quedados). Otro término muy popular, entre muchos, que es importante mencionar es “neto(a)” que significaba buenazo, bacán, paja; sincero, auténtico. Quizá el cambio de personal, así como de horizontes musicales en Los Shain’s, ayudaría a dejar el camino libre a Los York’s, llevando al público a erigir la música del grupo como la “onda neta”.
Ya entre 1968-69, tuve la oportunidad de seguir sus actuaciones en las temporadas que organizaron ellos mismos en “El Arca de Noé” de Breña y en el “28 de Julio 2001” de La Victoria, cuando en Lima sólo se hablaba de psicodelia. Los dos Lp grabados, un mejor equipo y una técnica más acabada, había dotado al grupo de una soltura que se hacía notoria en el desarrollo de su show. Pasaban por un gran momento, habían encontrado su mejor sonido y todo era sólo felicidad. Los York’s fueron un conjunto sui generis, su público: fiel, fanático, y entre ellos, hubo una relación especial y poderosa. Los fans no sólo asistían a escuchar la música o a disfrutar del espectáculo, la mayoría de ellos iba porque en los miembros del grupo reconocían rostros familiares, como los de la gente de su barrio, y hasta es muy posible, como los de aquellos alegres compañeros de su lejana y querida escuelita fiscal (7).
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(1) Cohn, Nik (1973) Awopbopaloobop Alopbamboom, Nostromo, Madrid, España.
(2) En jerga criolla: pichicata = opio, droga, que se vendía en la calle Capón y alrededores; pichicatear = alterar, modificar, acondicionar, adaptar.
(3) No publicados en Perú, con excepción de The Seeds, The Animals, The Dave Clark Five y, que se recuerde, algún 45 rpm de Yardbirds, otro de Zombies y pocos más.
(4) Guillermo Llerena Godoy administraba aquel local y escribió la letra de “Vete al Infierno”.
(5) Ruiz F., E. Antonio (1982) Las Matinales de los 60s, manuscrito no publicado, Miraflores, Lima.
(6) La “enfermedad” no fue un nuevo ritmo. Como un fácil recurso comercial, las disqueras lo incluyeron en la etiqueta de los discos en la ubicación usual del ritmo de la canción: tango, valse, fox trot; o Go-Gó, que tampoco, éste último, existió como nuevo ritmo.
(7) Las Escuelas Fiscales, las Escuelas de 2° Grado y las Grandes Unidades Escolares eran verdaderos centros de encuentro multicultural.