jueves, 3 de junio de 2010

El alma de la fiesta está presente


Cuando me enteré lo de Raúl me dispuse escribir algo y empecé a recordar aquellos bellos momentos. No pude mover ni un dedo. Concurrieron hacia mi imágenes nítidas, me sentí nuevamente en medio de todos esos pelilargos con sus camisas bordadas por sus mamachas, ellas con sus túnicas pintadas a mano y aplicaciones artesanales, me sentí otra vez envuelto en la calidez de una fiesta vecinal, en un concierto de El Polen. Cualquier historia, por mejor escrita que esté, nunca será suficiente para decir con justicia todo acerca de lo que realmente significa el grupo. El Polen fue —y lo seguirá siendo— un experimento, un taller, una escuela, una comunidad, una cooperativa, una familia, un instituto de investigación, una academia, una experiencia revolucionaria.
Ahora y como siempre.
No solo tornó las matinales, las fiestas y las grabaciones del pasado por los conciertos, como medio de difusión, sino que fue el primero que fusionó en su música los aires andinos, afroperuanos, y hasta caribeños, con el rock. En algunos conciertos, como los del festival de arte total “Contacta” o en el estadio de Magdalena; una vez apagadas las luces del escenario y levantado el equipo por el proveedor de turno, el público no se retiraba, entonces El Polen, mostrando ese amor por su música y las inmensas ganas de brindarla, en un adelanto del unpluged, agasajaba a sus invitados deleitándolos con su música y canciones en un fin de fiesta hasta casi el amanecer.

Artífices del Polen
Al no ser un típico grupo de rock sus presentaciones tanpoco lo fueron. El Polen tuvo la virtud de interpretar y poder representar en sus conciertos, la natural alegría de los pueblitos andinos y transformarlos en jarana de Malambo, en fiesta popular sin dejar nunca de ser rock. De trasladar —en un acto subversivo— esa deliciosa festividad pueblerina, ‘del campo a la ciudad’.