viernes, 10 de septiembre de 2010

El reposo del guitarrista


Esta nota, ha sido escrita en homenaje a un gran amigo pero deseo hacerlo extensivo —y creo oportuna la ocasión— a todos los músicos desconocidos, especialmente a los guitarristas, los que no grabaron un disco o no figuraron en los medios, pero que en estas cinco últimas décadas, nos han hecho disfrutar de buena música ¿quién no conoce alguno? Gracias a todos ellos.

Emilio como cualquiera de los jóvenes nacidos en el segundo lustro de la década de los cuarenta había pasado horas escuchando rocanrol desde mediados de los cincuenta. Los dos últimos años había puesto especial atención en las clases de guitarra de la estudiantina del colegio, descuidando los demás cursos y poniendo en riesgo la aprobación del año escolar. En pleno 1963, los Beatles empezaban a sonar en la radio y, ya desde hace tres años antes, muchos chicos sólo querían tocar los éxitos de Los Ventures (Walk, don’t run), “sacar” temas como “Apache” o el “Satánico Dr. No”, tener una guitarra eléctrica y llegar a ser un rocanrolero famoso ¿Porqué no? Sus continuas presentaciones en las actuaciones del colegio —las que compartí— le habían dado cierta soltura y todo era posible.
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“Después de vender bizcochos, postres y bebidas en el colegio las alumnas de los últimos años inventaron las funciones matinales, una mejor oportunidad para reunir fondos para la fiesta de promoción. En un principio, sólo se proyectaba una película de las llamadas “juveniles”, más adelante, las chicas quisieron incluir la actuación de un “nuevaolero” en el intermedio de la proyección. No bien descubierta esta actividad, y como siempre ocurre en nuestro medio, aparecieron los seudo empresarios y promotores de matinales que ofrecían el cielo y sus estrellas al alumnado pero sin ninguna garantía…” (1)
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Su primer contacto con la guitarra eléctrica la tuvo gracias a la invitación de un compañero de salón de apellido Tanaka. Tenía en su casa de la avenida Javier Prado una deslumbrante guitarra y un potente amplificador, ambos Fender, y el “chino” quería que la pruebe y de paso que le enseñe unos acordes. La experiencia fue increíble, inolvidable. Ese año ’63 puso empeño en los estudios y aprobó el año haciendo que su papá cumpla con la promesa de comprarle una guitarra en la casa “Sterling”: una Eco de cuatro micros y un mini amplificador que apenas llegaba a los 35 cm de altura.
Por esos días Emilio vivía en la cuadra dos de jirón Puno y estaba cerca de los cines del centro, principales escenarios de las primeras matinales, fue entonces que conoció a un promotor de dudosa seriedad, que a la vez de hacer de empresario, vendedor, publicista y animador; mostraba también “su lado noble” dando oportunidad a los nuevos valores a quienes, la mitad de veces, pagaba sólo una pequeña parte de lo pactado, y la otra mitad, simplemente no les pagaba ni un morlaco. En muchas oportunidades aquel promotor fue a casa de Emilio a pedirle que lo salve de un aprieto.


—¡Saca tu guitarra y vamos! Ya falta poco para el corte-intermedio y los cantantes no llegan ¡por favor tienes que cantar!
No fueron pocas las veces que se le vio a Emilio por el jirón de La Unión llegando a la carrera, con su guitarra y amplificador a cuestas, minutos antes del corte.
—Tenemos que hacer tiempo mientras llega algún cantante —le suplicaba el promotor, refiriéndose a los “nuevaoleros” prometidos.

Lo positivo de aquella experiencia fue que, en los albores de las matinales, Emilio logró hacer muchas presentaciones en los cines Excelsior, Tauro, Lido y Tacna que le permitieron estructurar un aceptable repertorio de rocanrol en el que destacaba una versión en castellano del clásico de los Drifters “Honey Money”, y a la vez, aplastar el nefasto bicho del pánico escénico.

Más adelante, muchos músicos jóvenes llegaban a la “Casa Manturana” para probar los nuevos instrumentos ante el agrado del administrador. Fue allí que fueron convocados Emilio Riega, primera guitarra; Pedro Pajuelo, segunda guitarra; Alex Nathanson, bajo y Steve, cuyo apellido el tiempo no permite recordar, en la batería para conformar Los Fourmants que tuvieron gran actividad entre los años ’64-’65, alternando con grupos como los Crickets, los Dreams, los Saicos, los Steivos y muchos otros.
Los Fourmants se desintegraron y sus miembros siguieron diferentes rumbos. Emilio hizo una audición de prueba con Pico Ego Aguirre y luego se presentó la oportunidad de grabar algunos “jingles” en el estudio de Pedrín Chispa. Después de esa experiencia integraría los Pick Pockets cuando las matinales se habían generalizado en todo Lima, actuando, en cuanta matinal el cuerpo pudiera aguantar. Jean Paul, con quien tenía gran amistad lo invitó a que lo acompañe en sus actuaciones privadas —en las matinales cantaba con playback— a condición de que termine con su apariencia de rocanrolero de los 50s y se deje crecer el pelo “para que seas un verdadero troglodita” —le pidió el cantante. Entre los años ’65-’66 acompañó con regular frecuencia al “Troglodita” ante artistas, modelos, empresarios y militares en residencias, night clubs y hoteles en la época que el único estimulo, todavía era, unos tragos de ron Cartavio o Pomalca dispensada por “la chata”, fiel y discreta compañera muy bien disimulada en un bolsillo. Por esos mismos días, integró los Blue Angels antes que Los Doltons, los Shain’s, Los York’s y Los Belking’s acaparen la popularidad, luego, las matinales entrarían en su etapa de declive. Con los Blue Angels también hizo una temporada en la Grutta Azurra cuando Lima vivía la última etapa de su esplendorosa vida nocturna: la de plumas y lentejuelas, de rumbas y mambos, de martinis, capitanes y chilcanos de pisco. La de activos centros como el Embassy, el Negro Negro, el Pigalle y el Tabaris con la gran vedette Betty di Roma como figura estelar. Luego, Emilio se retiró para iniciar sus estudios en Bellas Artes. Los demás integrantes, la mayoría de Pueblo Libre, darían nacimiento a los Sherman y, por esos días, en el ambiente limeño, se iniciaría el auge de los “tonos psicodélicos”.
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“La voracidad de algunos empresarios sin escrúpulos, en desmedro de los artistas y alumnos de las promociones, pronto despojó a las matinales de su “atractivo” como un negocio rentable. Ya en estado grave, el desenfreno de algunos imberbes revoltosos con los “chicotes cruzados”, alejaron al público y decretaron el fin de las matinales antes que cualquier prohibición, hasta ahora, no probada. Las promociones de los colegios giraron hacia las fiestas sociales amenizadas con orquestas, como las organizadas en los Clubs Departamentales, que aseguraban una mayor rentabilidad y control…” (2)
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A fines de los sesentas además de compartir la bohemia limeña bajo la seducción de las noches de pistas convertidas en espejos por la garúa, tuvimos la oportunidad de trabajar juntos como dibujantes en la editorial propiedad del abuelo de la hoy campeona “Kina” Malpartida, hasta que él, inició su trabajo como caligrafo, y yo, empecé mi gira por las agencias de publicidad.
Emilio estuvo retirado de la música por casi treinta años, hasta el 2000 cuando decidió conformar con un grupo de músicos, que incluía a su hijo Jesús, la banda “Feeling” para hacer covers de rock de todas las épocas. Después de una audición de prueba en el pub “Deja Vu” fue contratado como grupo estable y en donde, en poco tiempo, logró construir una estrecha relación con los asiduos clientes que semana a semana concurrían a escucharlos. El éxito del grupo residió en la cuidadosa selección del los temas y la sobriedad en sus interpretaciones. Cuando el local cambió de nombre a “Oita Nomá” se les renovó la confianza: “mientras haya una cantidad de público estable, ustedes tendrán trabajo estable” —les dijo el dueño. Llevaban tocando más de cuatro años y todo parecía ir de maravilla. Pero los que hemos recorrido intensamente un buen trecho del camino sabemos que la vida, en cualquier momento, te da sorpresas.

Me alegra que a pesar del tiempo transcurrido y las dificultades, Emilio no haya perdido su esencia rocanrolera, la rebeldía de aquellos tiempos, el humor, esa ironía punzante; sobre todo cuando conversamos de la época del “Be-bop-a-lula” o de nuestros “Días de colegio” y la beatlemanía. Una sonrisa ilumina su rostro y como si estuviera en el Excelsior frente al público toca una guitarra imaginaria y tararea “Honey Money”. También se entusiasma al hablar de sus gustos musicales y de su admiración por Carlos Hayre, Richie Zellon y Miki Gonzáles a quienes considera innovadores de la música peruana.
Ahora, Emilio esta empeñado en escribir un libro sobre los Niños-Amor que no trata de los hijos de los Hippies, de los miembros de Los Hijos de Dios, o algo por el estilo, más bien, trata sobre los efectos en el desarrollo de las personas, del amor recibido por los niños entre cero a cinco años. Está muy entusiasmado con la idea y lo ha asumido como su principal tarea pendiente. Ese entusiasmo por su proyecto y la gratitud hacia la vida que demuestra a cada instante con la alegría y la paz que irradia su ser, es increíble. Estoy seguro que el accidente que hoy le impide caminar, es para Emilio, sólo un descanso temporal: su alma no ha perdido la sonrisa, sus manos siguen tocando, sus ideas no han dejado de correr.


Foto 1: Gene Vincent & Blue Caps, John, Paul and Vincent en La Caverna, Beatles.
Foto 2: Los Doltons, Los Shain’s, Los Belking’s.
Foto 3: Duane Eddy, Los Ventures. Telegraph Avenue: las matinales cedieron ante los “tonos psicodélicos”.
Foto 4: El maestro Carlos Hayre, Richie Zellon, Miki Gonzáles.
(1) (2) Antonio Ruiz F., “Las Matinales de los 60s”, manuscrito no publicado, Miraflores, Lima, 1982.